La conmoción de Pepe y su consiguiente transmigración anímica son la perfecta metáfora de la extraña situación que afronta el barcelonismo ante un nuevo duelo contra El Mal. Tras humillaciones históricas como el 2-6 o el 5-0, tras siete visitas victoriosas consecutivas al Averno, tras frustrar al eterno rival en 13 de los últimos 14 choques, La Banda cazó la última Liga en el mismísimo Camp Nou. Papá, me llamo Pablo y soy cuidador de ovejas.
El triunfo liguero del ejército de Mourinho fue merecido e incontestable. Y precisamente por ello nuestra turbación es mayor. La Fundación Khedira. Marcelo y Sabi y Arbeloa. Ese 4-2-3-1 parido para contraatacar, ese equipo cobarde en las grandes citas, ese homenaje al Sestao. Eso ganó. Mamá, me llamo Pablo y por las noches pinto farolas.
Y si uno observa quiénes perdieron esa Liga, quiénes jugarán como visitantes esta Supercopa, el desconcierto es aún mayor. La Bestia Parda en su mejor año, en el año que ni un loco habría soñado, pierde. Busquets pierde. El mejor centro del campo que vieron los tiempos pierde. Todos derrotados por un puñado de velocistas cuya misión es tirar ocho sprints por partido. Tete, me llamo Pablo y me voy con Yuri Gagarin.
En la noche de mañana, con tanta pasión y un título en juego, será difícil medir el hambre de un vestuario saciado que pilló en cuatro años lo que otros grandes pillan en 30. Pero vendrá bien para intuir cómo anda de espíritu colectivo y capacidad de sufrimiento.
Pero ante todo, el choque servirá para ver qué nos depara la vida tras el piano que nos cayó en la cabeza en abril. Apuesten a que el mundo seguirá igual. Pablo volverá a ser el mejor defensa del mundo, volverá a perder y volverá a conducirse como un carnicero descerebrado. Y el Barça, si tiene bien presente ese monumental chichón, volverá a ser el Barça. Que Dios nos ampare a todos.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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