FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Goya, Van Gogh, Baudelaire o Nietzsche habrían conformado una curiosa delantera de genios. Peleados con el mundo y perseguidos por sus propios fantasmas, su genio creador procedía de algún oscuro lugar. De una rabia, de una incomprensión, de una falta de armonía con el planeta.
Esta semana hemos podido ver sobre los terrenos de juego a dos herederos de los artistas malditos. Ibrahimovic, un señor que juega a ser Dios y que en ocasiones dice serlo, se encontró frente a sí a Cristiano, el multigoleador que a cada celebración entona un chirriante yo, mí, me, conmigo que pone los pelos de punta a los responsables de la seguridad de los estadios.
Cristiano y Zlatan han incubado un odio la mar de productivo. Las exhibiciones que se les recuerdan son incontables a estas alturas de su carrera -permítanme decirles, sin ocultarles una gozosa sonrisa, que uno camina hacia los 29, el segundo hacia los 33- y cada poco tiempo dejan un trazo memorable.
Y sí, lo hacen desde el odio.
Quién sabe: tal vez el dolor que acecha a Cristiano e Ibra mana de una falta de serotonina, de una infancia demasiado humilde, de unas madres que les racaneaban los abrazos o de una humanidad que no se arroja a sus pies por allí donde pasan. En cualquier caso, es una suerte que en tiempos de Youtube podamos disfrutar de semejantes furias creativas.También es una suerte que a cada momento podamos recordar que Pelé o Maradona jamás desprendieron odio con su juego. Lo suyo era otra cosa, una comprensión natural, una vocación lúdica, un acto de realización personal.
En última instancia podríamos decir que rencorosos de la talla de Ibrahimovic, Cristiano o Eto’o nunca habrían alcanzado la mitad de su nivel sin la presencia de genios superiores en su mundo que les obligaban a luchar, a morder, a jurar en arameo. Entretanto, estos genios superiores, estos Ronaldinhos e Iniestas enterrados en la simpatía de todo un planeta, ni se enteraban de que desde algún lugar alguien les miraba de día y de noche con gesto torcido.
Hay cierta fidelidad poética en algunos odios. No menos poética es la indulgencia con la que, desde las alturas, les contempla Messi.
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