Mundial

Pelota para Torquemada

1 julio , 2014

 La sanción a Suárez ha vuelto a poner de manifiesto el tremendo poder que están adquiriendo los buenistas y los tecnólogos en el mundo del fútbol. Efectivamente, parece que hay gente encantada con la idea de que eso a que jugamos en las plazas, en los patios de los colegios y en las playas se parezca cada vez más a la infame Fórmula 1. Son esa gente que al beber agua le llama hidratarse, que al cooling break no le llama pollez y que tras los chutes al larguero en vez de soltar sonoras blasfemias pide una repetición para emitir juicio. 

Se han dicho estos días muchas cosas sobre la sanción al monumental nueve uruguayo: que es reincidente, que está loco, algo de la educación de los niños, que el pobre Chiellini a punto estuvo de morir desangrado. Bostezos e hipocresía; no se dijo la principal: los dirigentes de la FIFA viven con el apuro y la mala conciencia de saber que ya nadie en el mundo ignora sus prácticas corruptas y por esa razón, hasta que lleguen a los tribunales, les conviene silbar y comportarse como rectísimos jueces de silla de una final de Wimbledon.

Sin embargo, estos señores están creando escuela. Durante la disputa de los apasionantes octavos de final de este Mundial absolutamente memorable y que tiene, además, la gracia añadida de saber que Sabi Alonso y Sex llevan días en casa, los hinchas han sacado a la luz al fiscal que llevaban dentro. «Robben se tira, que le caigan diez meses». «No es fuera de juego, que sancionen al línier dos años». «En esa falta hay mucha mala fe, que no vuelva a jugar en su vida». Semejante vocación censora resulta sobrecogedora. Esa pulsión y ese rigor nos llevan de cabeza a un mundo sin fútbol, ni diversión; al mundo soñado por aquel energúmeno que imponía a su señora castigos de los de «si llegas después de las 22.00, aquí no se folla». 

Uno lo piensa bien y comprende la honda impronta cultural que dejó Torquemada en este país. Desde que ocurrió lo de Suárez, los bares se han llenado de severos leguleyos, jurisperitos, magistrados del Constitucional y de eso que los reclusos suelen llamar verdugos, término que alcanza a absolutamente todo el que haya cobrado durante el penoso proceso que les ha llevado a prisión. Para esa gente podríamos crearse un Mundial de togados en que al menor contacto se activa un sensor electromagnético y -¡ssssht!- el infractor fenece electrocutado al instante. 

No pierdan de vista a esos Torquemadas. Un día fueron niños que cuando jugaban a policías y ladrones querían ser polis; cuando había indios y vaqueros abrazaban la causa yanqui; cuando rodaba el balón querían ser árbitros. Esa gente es sospechosa de todos los crímenes y de uno por encima de todos los demás: el de no comprender la naturaleza bárbara del rey de todos los deportes, cosa que equivale, en definitiva, a no recordar las raíces simiescas del ser humano.

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