Frivolidades

Centuriones (II): Un hombre que no habla

16 octubre , 2014

Admitámoslo: no es Humphrey Bogart, ni Sinatra. Pero joder, Mathieu es un tío duro. Su fichaje llevó en pleno verano a muchos culés a visitar los barrancos de su entorno para dilucidar si resultaban un enclave adecuado para suicidarse ellos o suicidar a Zubizarreta. Fueron 20 millones de euros por un señor mayor que ni siquiera era internacional con Francia y de quien en Valencia se cuentan horrores. Lo mejor estaba por llegar: el tío fuma.

Al poco de tenerle aquí nos dimos cuenta de que efectivamente era imposible que un pelirrojo aficionado al Marlboro pudiera equipararse a los galanes del cine clásico. Su magnetismo está en otra parte, tal vez en ese respeto ancestral que despiertan los silenciosos. Uno le imagina en el vestuario, callado, mientras a su lado Piqué hace el mico, y coge le mira y piensa «Shakiro, vas a jugar en Copa y hasta cuartos». Mejor aún: uno ve a Mascherano y a Bravo, observando al silencioso Mathieu mientras se abrocha las botas. No hay duda. Piensan que quieren a su lado a ese bigardo de 1,91 y que pasa por ser el más rápido del equipo en carreras largas.

La fuerza de los callados sería, no lo nieguen, un gran título para muchos ensayos sobre personajes míticos. Ahí estarían Boromir y Macro y Conan y toda Esparta. Parte de su encanto está en no haber oído jamás su voz. Párense a pensarlo: Mathieu podría tener la voz de un castratto o la del cantante de Sepultura y jamás lo sabríamos, pero nos impondría igual. 

Hay una última cosa maravillosa sobre este defensa rápido, disciplinado y marcial: parece claramente llamado a ser el raro de la tribu en un equipo plagado de estrellas. Ya saben, el que desespera a los tribuneros del puro, el que conmueve a las quinceañeras frágiles y se lleva todas las broncas porque falla controles claros y la lía parda en el peor momento. Se diría que hay algo en él que, contra su discreta voluntad, tenga que llevar la fiesta a las gradas y cubrirlas de risas, mecagondéus y sonrojos. Hasta que eso ocurra, disfruten: tenemos ahí a un central serio, que no sabe sonreír; a un hombre que no habla.

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