Héroes

El milagrero

20 agosto , 2015

Ya de azul, del Chesea ni más ni menos, con Sex a su lado, Mourinho azuzándole y Abramovich de pagador, costará recordar cómo le quisimos: Pedro Eliezer Rodríguez Ledesma, Pedrito, Pedro, ya es historia como azulgrana. Sus tiempos pasaron, su fulgor se apagó. Conviene recordar su historia, la historia de uno de los mas grandes que jamás llevaron esta camiseta, uno que puede, con toda justicia, mirar por encima del hombro a Quinis, Krankls, Rexachs, Carrascos y demás glorias nuñistas, pero también a Ibra, a Villa, a Henry y a tantos monstruos del fútbol que matarían por un palmarés como el suyo. Puede que no fuera un supercrack de talla mundial, pero todos los grandes equipos tienen un milagrero y él lo fue en el mejor conjunto que hemos visto.

La historia del hacedor de milagros arranca exótica e improbable: se cría en Abades, Tenerife, y la suya es una infancia humilde. Su padre le insistía en que estudiara si no quería dedicarse a «cargar piedras» como le había tocado hacer a él antes de recalar en una gasolinera. Sus hermanos se llamaban Jonathan y Jéssica, sus amigos de entonces, Domingo Yeray y Pancho. Menudos nombres, menuda hambre social, menudo fermento de futbolista.

Aterriza en La Masia con 17 años pero el descenso del Barça B complica las cosas a los jóvenes. Hay que hacer una purga, juntar dos equipos en uno solo para patearse los campos de Tercera, y Alexanko marca en rojo el nombre del menudo delantero canario. «Juega mejor en los entrenamientos que en los partidos», escribirá. Días después, el nuevo entrenador, un tal Guardiola, frena esa marcha. Y apuesta por él, le moldea, lo pule y un año más tarde, cuando suba al primer equipo, le tendrá ya en sus oraciones y comenzará a darle minutos en un equipo que lo ganará todo con una delantera formada por Messi, Eto’o y Henry y donde también tiene por delante a Hleb, Gudjohnsen o Bojan. En su primer año le da 13 partidos. Cero goles.

El verano de 2009 lo cambiará todo. Se estrena como goleador ante el Athletic en la Supercopa de España, con un tanto desde 25 metros que no es un gol, sino un acto de fe. Esa misma semana, sustituirá a Ibrahimovic en la final de la Supercopa para abrir la lata ante el granítico Shakhtar en el 115 de la prórroga, retengan el dato. Luce el 27, pero sus dos primeros tantos dejan claro que estamos ante un elegido. Será pasados tres meses cuando certifique su condición de milagrero superdotado. Entra por Keita en el 46 y en el 87 aniquila las ilusiones de Estudiantes, del mítico Estudiantes de las chinchetas. Lo hace con un gol de cabeza a la desesperada. Marca impulsado de la mejor arma futbolística, la fe, que llevada al extremo, sitúa a un jugador en estado de gracia y lo convierte en un asesino imparable. Mientras eleva sus 169 centímetros para tumbar a los argentinos, resuena de fondo un salmo en que Pedro interroga al pueblo azulgrana:

¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dijeron: Sí, Señor. / Entonces les tocó los ojos, diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho. / Y los ojos de ellos fueron abiertos. (Mateo, 9:28-30)

Su estado de gracia se apagará para dar lugar a algo mejor: un futbolista que no depende de la inspiración, la potra ni el favor de los dioses. Pedro abandona su diminutivo e irrumpe un jugador demoledor, sabio para interpretar el juego y tal vez el mejor del mundo a la hora de buscar la espalda de la defensa. En un bienio mágico de guardiolismo, sus desmarques regalan muchos momentos de gloria al Barça y mucha miseria al enemigo.

La cumbre de Guardiola es la temporada 2010-2011 y conviene recordar que él era un fijo en ese equipo. Ahí se hace con la titularidad e imparte su lección magistral a Eto’o, Ibra y Henry de cómo hacer mejor al mejor de siempre. Porque eso también es Pedro: el futbolista que mejor encajó con Messi, el hombre que mejor completó, con sus movimientos malintencionados, a La Bestia Parda. Para encontrar algo a la altura, el Barça hubo de gastar 180 millones de euros en dos tíos que han alcanzado aquel nivel de compenetración con el dios del fútbol: Neymar y Suárez. Pero ni siquiera ellos podrán quitarle a Pedro un honor para la historia: él fue quien desbrozó la defensa e inventó los espacios para el mejor Messi de siempre, el que imperó durante 90 minutos en la final de Champions ante el United de 2011, y él fue quien abrió el marcador con otro de sus desmarques asesinos. Observen aquel momento, suban el audio, y admitan que oyeron un susurro que les hablaba otra vez del milagrero canario:

Mas a la cuarta vigilia de la noche, vino a ellos andando sobre el mar / Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo. / Pero en seguida les habló, diciendo: Tened ánimo; yo soy, no temáis. (Mateo 14: 25-27)

Pasan los años y Pedro mantiene su cara de niño, pero ya no lo es. Es un zorro viejo que ha ganado todos los títulos que el fútbol puede ofrecer a un jugador nacido en este planeta. El trance del guardiolismo tocará a su fin en una final de Copa en que Pedro hace dos de los tres goles del equipo. Llega el tiempo de Tito, de Roura, del Tata. El Barça ficha a Alexis y Sex y los mejores días del atacante canario quedan atrás. Sigue teniendo días eléctricos y momentos de desempolvar las escuadras rivales, pero no lo hace ya ante La Banda o en las finales, sino ante los Getafes de la Liga. Por arte de magia, aparecen los detractores.

Pedro jamás fue hombre de muchas palabras, pero su melancolía es ahora evidente y parece la de todo el equipo. Cuando en 2014 tres salvajes deciden recuperar el trono del fútbol mundial, él queda fuera y lejos de esa terna. Conseguirá despedirse del Camp Nou con un golazo de chilena, en el que tal vez es el único caso conocido en Can Barça, y a final de temporada el Planeta Fútbol ya sabe que su adiós del Barça es inminente porque a su nivel tendrá más minutos y mayor ficha en la mitad de equipos de la Premier. Pero Pedro tiene aún una última misión y a regañadientes se come una suplencia en una insólita final en Tiflis, Georgia, para saltar al césped con el equipo pasto de las rampas ante un Sevilla feroz. Barre el frente de ataque como en sus mejores días, esprinta a balones perdidos con una fe y aspavientos olvidados desde nuestra tierna infancia. Y en el 115, como ocurriera seis años atrás, le recuerda al mundo quién fue Pedro, el milagrero canario, mientras otra voz resuena de fondo.

Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no te importa que perezcamos? / Y levantándose, reprendió al viento y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo una gran bonanza. / Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? (Marcos, 4: 38-40)

Pedro culmina así una trayectoria asombrosa, al alcance de sólo los elegidos, en que acumula 20 títulos en azulgrana y 99 goles, de los cuales siete en finales (Eto’o hizo tres, Ronaldinho 1). Transitó varias épocas y pasó de ser un hombre que vivía en estado de gracia, al mejor socio del mejor de siempre a, sencillamente, una leyenda.

Hubo un día en que en una entrevista Pedro afirmó que, para su madre, Guardiola era dios. Tal vez. Uno piensa en los Rodríguez Ledesma. Sin duda, en su épico recorrido de la gasolinera al estrellato han pasado por mucho, han traspasado el límite de la incredulidad y bastante han tenido como para meterles ahora en la cabeza la idea de que su hijo fue Jesucristo. En fin. Sin entrar en disquisiciones teológicas, le podríamos decir a la Santa Madre que parió al 27 y al 17 y al 7 que puede que Pep fuera Dios, pero que en su tiempo, los milagros, los milagros verdaderos, llevaron la firma de Pedro, el Cristo de Abantes, uno de los nuestros por los siglos de los siglos, amén.

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