FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Ubicación de superlujo, de última casilla de Monopoly. En pleno paseo de Gràcia. En un día soleado y de promesas. Pero es pisar el inmueble y arreciar un fulminante ataque de naftalina. Conserje con bata, entregado a la lectura de algo que debe de ser El Alcázar. Un ascensor que no es viejo, ni antiguo, es un monumento a la caspa, al desarrollismo, a la pudor de peus y a las familias donde sólo el padre prueba el huevo.
Cuarta planta: la entrada soñada por ese ambicioso abogado de casa buena, noble, madera buena para una puerta de gran tonelaje. De nuevo la puerta oculta el fraude. La inquietante nota escrita a mano, pegada con celo. Los que suspendíamos Plástica sabemos reconocer un trabajo fino. Que si no suena el timbre pulsemos más fuerte, dice el pergamino. Ay, ay, ay. Espera demasiado larga. Finalmente comparece una Conxita emperlada, dinámica. Ilusión en sus palabras -«l’Agustí diu que en portem 11.500«- y cierta diligencia en hacer la fotocopia.
Al rubricar la solicitud de la moción de censura que debería ser el prólogo de la junta más infame de la historia del Barça, no es el entusiasmo ni la muy cristiana y vigorizante sed de venganza lo que embarga al abajo firmante: es la vergüenza y la derrota, una derrota contra todo aquello que combatimos, una derrota contra Los Malos, contra Florentino, y Cristiano, y Mourinho, Hierro, Hugo Sánchez y Franco. Una derrota total: el local está vacío, vacío porque aquí sólo está la pobre y optimista Conxita, que tal vez no ha leído aún que el pájaro que ha impulsado esta causa justa se plantea abandonar a horas de que expire el plazo para firmar.
Derrota total porque de 150.000 socios no habrá habido ni una décima parte -NI UNA DÉCIMA PARTE, POR EL AMOR DE CRISTO REY- que mueva el culo a una de las tres sedes dispuestas para que los socios desalojen a esta directiva falsaria, infamante y delictiva por club interpuesto. La vieja estrategia, desaparecer de los papeles durante tres semanas, hacerse el muerto y dejar que Messi hipnotice a la borregada, vuelve a arrasar. No era tan difícil acabar con este colectivo upper que metió las zarpas de Qatar en el club a cambio de dinero, no era tan difícil defenestrar a esta gente futbófoba y enemiga de todo aquello que amamos, no costaba tanto finiquitar a los Gasparts de este nuevo tiempo. Pero ni eso hemos sabido, ni eso hemos intentado.
Un día después, el choque de Champions llega presidido por una derrota omnipresente. Cuesta vibrar con un equipo que lleva un escudo que representa a Núñez, Rosell y Bartomeu. El partido fue de impacto, sudor y choques, con momentos de talento y hasta de vértigo. Fue una batalla muy real. En el Barça, sólo Messi y el rigor mortis de la masa social son ya reales. El Barça se muere cada día un poquito más porque los malos van ganando y sólo nos quedan las derrotas como tabla de salvación. El Barça se muere porque este equipo de leyenda, que aún late, encadena victoria tras victoria, ocho ya, cuando más hacía falta un descalabro apocalíptico. Uno no le ve final al asunto. O tal vez sí, tal vez el final sea ese naftalínico, ochentero y presuntuoso portal en una esquina de paseo de Gràcia.
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