FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
No cualquier pueblo da un Xavi Hernández. No cualquier sociedad habría civilizado, rondo a rondo, la salvaje tormenta callejera de Rosario. No cualquier club tiene presidentes fusilados. Y sí, esta noche hay un partido, El Partido del Mundo, Messi contra Ramos, en un importante duelo de decadencias entre dos conjuntos que están mucho más cerca del ocaso que de sus fulgores. Eso sí, yo que ustedes evitaría el muletazo.
Ocurre que en Barcelona, capital de Catalunya, hay un cabreo monumental con la decisión de condenar a un siglo entre rejas a una docena de pájaros que se subieron a coches y perpetraron complejas maniobras para llevar a cabo una votación -UNA VOTACIÓN, ATENCIÓN, QUE ADEMÁS ERA FAKE-, ante la imposibilidad de hacer nada más. El saldo de esa maquinación terrorista, es sabido, fue de cero muertos. No todos los pueblos tienen tan arraigado en su ADN semejante combinación de disidencia y respeto a la salud del prójimo. Como consecuencia del cabreo, la gente hace cosas, ya lo decía Mariano. Baila sardanas, urde pinopuentes multitudinarios, desafía a Corea del Norte en el arte del mosaico, monta castellers y el día que sepan en Madrid lo que es una gralla, ese día nos echan del Estado y pedirán perdón y clemencia.
Y llega hoy.
El futbolero lleva días reprimiendo y difiriendo un debate que ocurre en diferentes rincones de su persona. El adulto anda cabreado como ser político y piensa que por Aristóteles, un tío abuelo griego, convendría que no se jugara, que se armara un pollo bonito que contribuya a hacer entender las barbaridades que se han cometido aquí, aun a riesgo de que nos quitaran 15 puntos y viniera Tebas a casa a hacer usufructo del derecho de pernada. Pero ay, el niño busca el verde y la fascinación del pase al hueco y el alarido del gol y el partido de futbolín eterno: nada mejor que un Barça-Madrid para investigar desde el sofá los abismos de la vida y de la muerte.
En casa les hemos reunido a ambos. Han ocurrido cosas terribles. El niño ha pataleado e implorado, QUIERE VER A MESSI ANTE CASEMIRO POR EL AMOR DE DIOS Y CRISTO REY. El adulto, que sabe que posiblemente volveremos a sonrojarnos de nuestro propio narcisismo ante una nueva escenificación de dignidad, colorismo y First Certificate -todo ello es mejor que la violencia-, ha argumentado que si el Barça-Madrid es distinto a un Getafe-Banda o a un Chelsea-Banda es precisamente porque ésta es una sociedad diferente a aquellas. La gente no comulga con mierdas que basan su autoridad en décadas de portadas del ¡Hola! y no respeta abolengos hemofílicos ni últimas voluntades de dictadores. Aquí se silban marchas reales. Se convierten las finales de Copa en ocasiones únicas para multitudinarios muestreos de nalgas. Pensamos distinto. Nos pasa, en esencia, una cosa insólita y rompedora: uno de cada dos (disculpen la imprecisión, no nos dejan contarnos) no nos sentimos españoles. Nos sentimos una cosa igualmente lamentable -o más, creánme-, pero distinta. Y no lo podemos evitar, y así pensamos cuando cruzamos la calle, cuando nos cepillamos los dientes y también cuando jugamos a fútbol.
Y en fin, sacar del armario esta nuestra ideolgía satánica comporta hostias de polis y años de cárcel. Y no nos parece bien y es cierto que nos gusta el juego y el vino, pero igual por un día al menos habría que protestar. El Barça, en definitiva, es de su gente, y como en un filtrado milenario de whisky, si nos comportamos como lo que somos lo lógico es que unas gotas de esa esencia acaban llegando a un lugar tan insólito como es el vestuario de la primera institución del país. Ahí es posible que comprendan por qué no somos el Getafe, ni el Chelsea. Y créanme, si uno cosa entienden es por qué no nos gusta el Madrí, metáfora perfecta de Este Nuestro Estado por la Gloria de Dios.
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