«Así, durante un rato, experimentaron la desagradable sensación de escuchar cómo el suelo sonaba a hueco y crujía bajo sus pies, por lo que denominaron al lugar ‘El Salón de Baile del Diablo'».
Amundsen-Scott: Duelo en la Antártida. Javier Cacho Gómez
Así es el Polo Sur. A 40 bajo cero y en un lugar inexplorado, algo cruje bajo tus pies y sabes que todo puede venirse abajo y acabar para siempre. A 40 bajo cero te acuerdas de que tu entrenador está luchando por su vida en Nueva York, de que el único central digno de tal nombre no está en forma porque ha estado ocupado con su cáncer. A 40 bajo cero miras a ese tío que lleva el cuatro a la espalda y que te traicionó hace una década y a quien ahora debes confiárselo todo. A 40 bajo cero respetas la simple y perfecta máquina de dar muerte de un rival que empuja hacia el mismo objetivo que tú ambicionas.
Pero a 40 bajo cero uno también tiene tiempo de pensar en que el partido grande, el que decidirá de verdad esta carrera, se producirá en Champions. Que para que ese partido pueda llegar, hay que eliminar a un Milan fascinado por el mourinhismo pero sin las piezas exactas para ejecutar ese horror. Que hay detalles por pulir: aunque este Barça siempre fue un monumento inmortal, nunca ha sido un engranaje perfecto.
Con el viento helado en la cara y ni la más remota idea de dónde está uno, es bueno saber que en tu equipo hay tíos con el carácter de Busquets o Alves. Que con sus defectos, Alba recorre la banda, que Iniesta y Pedro no paran de probarlo. Que difícilmente Xavi y Messi volverán a estar tan desaparecidos en una cita importante. Pero ante todo, con la cara llagada de frío llega una buena nueva: que al fin tienen la excusa que les ha faltado hasta hoy para jugar con los ojos inyectados en sangre.
No sonrían. Hay 40 bajo cero y todo cruje bajo nuestros pies. Por el amor de Dios, tápense.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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