FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
El 29 de diciembre de 2006 publiqué este homenaje a Belletti en El Mundo. Ahora anuncia su adiós al fútbol y todo tributo es poco. Su nombre irá siempre ligado a un gol, a un instante en que fuimos felices y nos convenció de que pese a todo, seguíamos siendo grandes.
Es en la última escena cuando la heroína rubia se enfrenta a su verdugo. Le derrota mediante la técnica de Los cinco puntos de presión para hacer explotar un corazón. Al malvado Bill sólo le queda dar unos pasos sobre el césped antes de caer muerto.
El guión iba a repetirse a las 22.18 horas del 17 de mayo a la vista de medio mundo. Una veintena de deportistas bregaban bajo la lluvia en un campo de fútbol al norte de Francia. Era el ocaso del choque cuando uno de ellos decidió buscar la gloria.
Recogió un rechace y metió un balón profundo a Larsson. Avanzó unos metros, con ese trote elástico tan suyo. Dudó. Repentinamente, su instinto le ordenó lanzar un desmarque por detrás de Ljunberg. Mientras aceleraba, vio cómo Larsson salía del área para devolverle el cuero con el interior del pie izquierdo. Una sucesión cósmica de frustraciones acababa de desencadenarse.
El rapidísimo Cole no alcanzó el balón por un maldito milímetro. Hincó la rodilla justo para ver cómo un futbolista con perfil de contrabandista se disponía a recibir en el corazón del área. Mientras el esférico rodaba, el lateral inglés no sospechaba que el nombre de Juliano Belletti estaba a punto de instalarse para siempre en su memoria.
Y eso que Belletti era sólo el gafe en un equipo de campeones. Si había que dar una hostia, ahí estaba él. Cuando insultaba al rival, le cazaban las cámaras. Un día en que superó a todos en un juego de puntería, aquello resultó ser un entrenamiento y nadie supo de su gesta. Y para colmo, en dos años en el Barça no había marcado ni un triste gol, con una sola excepción: batió a Valdés en la eliminatoria contra el Chelsea de la campaña 2004-2005.
El control se le fue largo. Fueron las cinco zancadas más importantes de su vida, tratando de mantener ángulo para chutar pese a la embestida de Flamini. Cuando llegó el disparo, el defensor se estiró al máximo. Los tacos de su bota izquierda presintieron el balón, conocieron su veneno, pero no alcanzaron a tocarlo.
Eran las 22.18 horas cuando la pelota impactó en el gemelo de Almunia -que se maldeciría la pantorrilla por siempre jamás- antes de besar la red. El juego más democrático del mundo acababa de llamar a Belletti, como haría después con Materazzi o Cannavaro, entre sus elegidos. Era el instante soñado de todos los niños culés: un gol que valía una Champions. En la grada del Stade de France, el padre y el hijo del dos azulgrana le vieron cubrirse los ojos con ambas manos para llorar bajo el chubasco.
Y Belletti, como el villano que inventó Tarantino, gozó de una muerte poética. Pudo dar uno, dos, y hasta tres pasos, antes de caer fulminado sobre el césped. Junto a él se tendió el mejor futbolista del mundo para susurrarle unas palabras milagrosas: «Te lo mereces, te lo mereces».
Tras la piña, acallados los llantos de sus compañeros, Belletti quedó solo ante la historia. Contra toda lógica, pudo levantarse y volver a andar.
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