La pasada semana asistí con asombro al linchamiento descomunal que sufrió el Barça tras perder en Mestalla. Detrás de la crueldad de algunos comentarios se escondía, en realidad, la incapacidad del barcelonismo para afrontar una verdad absoluta: en fútbol no siempre gana el mejor.
Cierto es que históricamente el Barça sólo ha ganado la Liga cuando ha hecho fútbol de alta escuela o cuando su superioridad era abrumadora respecto al resto. Pero aun así, es absurdo creer que la calidad técnica arroja títulos como el manzano da manzanas. Esa mentira, que carga de resentimiento a la culerada después de cada derrota, está muy extendida.
Esta situación empeoró dramáticamente en la década de los 90. Dinamic Multimedia empezó entonces a lanzar al mercado un videojuego de fútbol en que la gracia no era chutar a gol sino hacer de presidente plenipotenciario de un equipo. La fórmula para ganar, tras pocas horas de vicio, quedaba clara: acumular jugadores de calidad en el área rival. Equipos que contaban con Cafú, Matthaus y Roberto Carlos como únicos defensas no encajaban un gol ni a tiros, por el simple motivo que en la delantera tenían a Stoichkov, Vieri, Ronaldo, Del Piero, Shearer y Bergkamp. Para barrer la medular, bastaba con un hombre de poderoso físico como Guardiola. Tal era la consistencia de este once que podía permitirse tener a Biurrun bajo palos.
Toda una generación de adolescentes se crió con esta mentira balompédica. Y no sólo ellos: Florentino Pérez fue, sin duda, un temible jugador en el Pro Manager, y a Roman Abramovich le llegó alguna copia a Moscú que le despertó el gusanillo. Ambos, Florentino y Abramovich, son seguramente la pareja más analfabeta que ha dado la historia del fútbol. Y en lo esencial se parecen al barcelonismo: pensaban que la suma de nombres y millones concluye indefectiblemente en la consecución de títulos.
Dinamic Multimedia quebró en 2001. En 2004, y con idéntica propuesta, Planeta de Agostini relanzó la saga de PC Fútbol. El pasado mes de mayo se hundió el negocio. Florentino Pérez no lo ha superado -aquel mundo virtual era sencillo y perfecto- y va cada mañana al kiosco a preguntar si ya ha salido el PC Fútbol 2008. Como gran parte del barcelonismo, no ha aceptado que ganar, en fútbol, es algo dificilísimo, una concatenación de pequeños milagros que nunca empieza por el número de camisetas que vende el jugador con el número 10.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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