FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
La mejor competición del mundo está de vuelta y lo hace a lo grande, con recordatorios explícitos de lo que es este juego. Ya vieron lo ocurrido en Eindhoven y en Roma. En Holanda, Héctor Moreno se las ingenió para frenar una incursión de Shaw fracturándole tibia y peroné en una acción que, al tocar balón, no fue señalada como falta. En la capital italiana, un joven demócrata de nacionalidad belga y ancestros indonesios llamado Radja Nainggolan cazó por detrás a Rafinha rompiéndole la rodilla. Tarjeta amarilla.
Fútbol, amigos: deporte de contacto donde estos infortunios ocurren de vez en cuando convirtiendo en pasión universal algo que de otro modo sería tedioso como el ping-pong o el ajedrez. Cuando a la condición física del juego y a la naturaleza asilvestrada de los futbolistas se une la competitividad y los intereses de los profesionales, la violencia se convierte prácticamente en un must. Porque admitamos (se puede comprobar en cualquier pachanga de cámping) que el juego duro sale a cuenta, como bien saben la estirpe de los Clementes y sus aprendices los Mourinhos. Si a eso se le añade la permisividad de los arbitrajes europeos, la combinación es explosiva porque dar palos se convierte en un chollo.
Y de estos asuntos conviene hablar de forma abierta y sin dramas ni hipocresías. Y es justo ahí donde sí nos han fallado Moreno y Nainggolan.
«No sé exactamente qué pasó, me siento realmente mal porque yo estoy implicado en este accidente. Lo siento. Traté de jugar el balón. Lo siento por él y por su familia. Sólo espero que se recupere pronto». Eso declaró Moreno tras lesionar a Shaw. Espectacular, ya ven. No sabe qué pasó. Él, todo un central de 27 añitos, debería saber ya qué ocurre cuando atropellas salvajemente un pie apoyado en el césped. Sobre todo después de haberse lesionado él hace un año dándole un palo a Robben. Es bello también que utilice el término «accidente», como si a Shaw le hubiera caído una maceta en la pierna, y la alusión a la familia, sabiendo el tormento que les ha caído entre manos teniendo las 24 horas al niñato futbolista pegado al sofá y quejándose de extraños dolores.
«Hola @rafinha, lo siento mucho por la mala noticia, no fue mi intención hacerte daño. Espero verte pronto en el campo, un fuerte abrazo!». ¡Ah, el buen Radja! Bellísimo su comunicado en Twitter. Que hable de «mala noticia» tiene su gracia, parece referirse a un tiroteo en Singapur, a una plaga de langostas, a una caída de la bolsa. También es hermoso lo de la «intención» de hacer daño. Entrar por detrás, con las dos piernas y dejando rodilla de la víctima en medio de los dos muslos de uno es un camino bien corto para destrozar cualquier articulación. Todo ello se aprende normalmente a los 15 años, pero este mazacote de tío con pinta de celebrar con una haka cada deposición que efectúa no fue aquel día a clase y no se enteró. Ya es lástima, porque hace unos meses ya había colisionado contra un tal Mattielo dejándole un pie del revés. Lo de «verte pronto en el campo» también es hermoso; tiene bucólicos ecos alpinos y uno les imagina trotando por el valle.
En fin, amigos. En clave Barça, es una desgracia perder a Rafinha justo cuando por primera vez encadenaba un mes seguido de buenas actuaciones y su juego empezaba a perder el acné juvenil. El propio futbolista estaba ahora negociando su renovación, y le esperan meses en el abismo de la duda preguntándose si sus ligamentos volverán a ser los mismos, cosa que nadie garantiza. Son las cosas de este oficio: llegas a la cima, te llueve la fama y el dinero, te conviertes en el orgullo del clan, del barrio, de tu ciudad y todo se puede volatilizar en un segundo por una mala entrada.
Seguramente, este factor de riesgo e imprevisibilidad que hermana a los futbolistas con los toreros añade pasión al juego. Sin duda aporta nuevos rencores y venganzas futuras (qué hermoso será el reencuentro Rafinha-TíoDeLaHaka) que nos tendrán en vilo. Y ante todo, nos recuerda que este deporte es cafre, no apto para niños, bárbaro y cruel, y nos confirma que es un milagro que Messi haya sobrevivido a tantos años de cacería indecente. Las lesiones de Shaw y Rafinha nos dicen algo más: que al próximo imbécil que proteste cuando Neymar tira un caño o prueba una frivolidad bien podríasele practicar una vaca en el palo de la portería. Porque es fútbol, y tan aceptable es una doble rotura de tibia y peroné como un escupitajo o una buena humillación, y porque cuatro sílabas bastan para explicar todos los códigos éticos de este deporte: jueguen, jueguen.
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