Los nuestros

Esperando a la Cresta Parda

22 septiembre , 2015

Ocurrió este mismo domingo. El bueno de Carlos Martínez se pasó buena parte del Barça-Levante comentando con burla y condescendencia la reiteración con que los futbolistas ofensivos del Barça buscan a Messi a cada ocasión. «Es hasta exagerado», reía. Claro, hablamos de un narrador que ha declarado públicamente que prefiere a CR Ceja antes que a La Bestia Parda, con la infinitud de psicopatologías y taras que eso puede llegar a encerrar.

A Carlos la cosa le sorprende y le parece digna de sonrisa. También nosotros tenemos ojos en la cara y sabemos que hay jugadas que se van al traste por el magnetismo que ejerce el 10 sobre el juego colectivo. Pero sabemos que nos compensa. Claro, lo comprendimos a lo largo de los títulos alzados en esta década, incluyendo cuatro Champions, con una norma obvia: «Si no sabes qué hacer, dásela a Messi». Algunos abogamos incluso por forzar ese precepto, llegando al «Para que aciertes tú, que aciertas en una de cada diez, prefiero que falle La Bestia, que acierta una de cada dos». Y así, la proliferación de balones para el 10 parece excesiva hasta que llega el día en que aparece el Bayern en el Camp Nou y les tumbas porque La Bestia recibe dos balones de forma automática, uno de Alves, el otro de Rakitic, y le recuerda al planeta que es el dios del fútbol. Ese día, y luego en la final, y en todas las grandes noches, lo que necesita el equipo es que toque aún más balones.

La cuestión nos suscita cero dudas y menos problemas de conciencia, pero sí hay un jugador a quien debería preocuparle. No es otro que Neymar, bandera del fútbol brasileño, multinacional con cresta e icono planetario. Tras un primer año en el Camp Nou discreto, el año pasado se disparó hasta los 39 goles, siendo fundamental en todas las finales y en los grandes partidos. Pero tras todos los números se esconde una mentira y ocurre que hay goles, golazos y golitos. Repasen sus 39 chicharros y cuenten cuántos de todos ellos son dignos de un fuera de serie y cuántos son pura consecuencia de encontrarse bien asistido ante la portería. En este agujero, voluntad de servicio y horas de tiempo para tirar por el desagüe del lavabo, hemos hecho el recuento: sólo tres tantos de Neymar se pueden achacar a su talento indivudual; 36 de ellos son más bien fruto de su posición sobre el campo o del talento ajeno; dicho de otra forma, son el clásico gol de Giuly. Ese porcentaje de goles en jugada individual (un 7%) queda muy lejos del de otros fueras de serie. Vean a Suárez: metió 25 goles pero hasta siete de sus conquistas fueron caviar exclusivamente uruguayo, lo que deja su porcentaje de goles en jugada personal en el 28%. ¿Y La Bestia? Bien, gracias. Sin contar la infinidad de jugadas en que arranca, se va de dos, la da, recibe y marca, y quedándonos únicamente con sus solos, hizo nueve tantos en jugada exclusivamente individual y otros cinco en disparos desde fuera del área: un 24%.

La mejor prueba de que Neymar debe mejorar en este aspecto (y de hecho ya ha comenzado con el golazo de falta del Calderón) es que Cristiano, el futbolista más sobrevalorado de nuestra era, consiguió la temporada pasada un porcentaje de goles en jugada individual muy similar al de Neymar, con un 9%. De sus 61 goles, cinco son disparos lejanos (algunos de una fealdad genuinamente cristiana) y sólo uno, ¡uno!, en jugada individual. El resto, remates sobre la línea gentileza de sus compañeros; ignoramos si a Carlos Martínez tal cosa le parece exagerada o digna de mención. Lo que sí sabemos es que si Neymar quiere algún día dejar atrás el rol de príncipe servicial, de simpática segunda espada y de chavalito del anuncio de Gillette llegará el día en que tendrá que jugarse balones que hoy regala. Lo malo del asunto es que nosotros, su pueblo, no somos los únicos que esperamos la eclosión de la Cresta Parda: Carlos Martínez y el resto del Planeta Banda lo esperan aún más entusiasmados en la esperanza de que emerja, al fin, la temida lucha de egos.

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