FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
“El tigre volvió a rugir –dijo-. Estaba casi a 40 metros y vi que venía corriendo hacía mí. La palabra ‘miedo’ no describe realmente lo que se siente en semejante situación. Es más bien como un horror animal, un terror inherente a los genes. Entonces me pasó algo: me sumí en un estupor; estaba paralizado, y solo pensaba una cosa: “Voy a morir ahora mismo”. De forma muy clara, me di cuenta de que iba a morir”.
John Vaillant, El tigre
Así son las cosas. Ningún dios está de guardia las 24 horas del día durante más de un lustro entero para salvaguardar el culo del más pecador de los mortales. Y por esa razon fue la de anoche una noche largamente esperada. Planetario alivio. Orgasmo tectónico. Lo sintieron el Bayern, la Juve, el Atleti, hasta el infecto PSG y la docena de equipos atracados por La Banda en esta edad dorada que no es sino el caso Enron del fútbol mundial. También nosotros, el Barça, desde 2011 sin poder hincar el diente al equipo más cínico de la galaxia, al que jugaba ocho semanas al año, al que gozó de una dosis de potra que a un equipo de verdad le habría bastado para ganar 100 tripletes consecutivos.
Quien apretó el gatillo fue un equipo alegre, joven y también reforjado a imagen y semejanza de Cruyff; tan poético como el vuelo de Evaristo. Pero en este día feliz en que el madridismo comprueba la inmensidad de su desnudez conviene recordar que si alguien pudo tumbar al Madrid en Champions fue porque el Barça le robó su principal arma: la convicción, el hasta el final vamos real, el échale huevos, el cómo no te voy a querer y toda esa mierda pseudofascista. Un año atrás, el 1-3 de Asensio habría desencadenado un infierno de chanzas y accidentes que habría teletransportado al Madrí a cuartos. Pero ese tiempo ya es historia. Conviene insistir en ello y no olvidarlo: a algunos equipos se les mata cuando se les quita el balón, a otros, cuando se les anula a la estrella, a los de más allá cuando se neutraliza su fútbol. No es el caso de este engendro: al Madrí se le aniquila cuando se destruye su fe. Y ahí hay que recordar a Malcom, a Ter Stegen, a Luis Suárez, a Rakitic y a Sergi Roberto.
La nota amarga del asunto, y perdonen que enturbie sus inconfesables actividades mientras leen éste y otros productos de rijoso contenido con una sola mano, está en recordar que esta gente ganó cuatro Champions. Cierto que comen a parte, que abandonaron hace décadas el reino de la honestidad, la justicia y la meritocracia, pero aun así, uno mira a esa generación y se arrancaría los ojos de pura rabia: le salen a lo sumo dos títulos. Lograron cuatro y esa cicatriz ya dolerá siempre, como esa purulencia que nos dejó Tamudo.
Pero vamos otra vez con ese ritmo bueno, checo, checo, checo y recordemos este 6 de marzo como el día en que todas las tribus del mundo se unieron en fraternal danza para celebrar la caída del tirano, haciendo nulos esfuerzos por no pisotear el cuerpo que yacía a sus pies. La Era del Orco es historia.
Justo antes de que expirase, intuimos en su mirada el horror y la certeza de la muerte. Mejor aún, vimos ahí, nítida tras el cristal del palco, la arrepentida resignación de quien sabe que lo tiene todo merecido.
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