FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Es el minuto 86 y lleva todo el partido lloviendo sin parar. El coñazo de la lluvia, la pesadilla del bosque de piernas, que esto es el Metropolitano. Hace un rato que no agobian pero acaban de tirar una contra que, menos mal, el Correcaminos de Sergi Roberto ha desbaratado. El balón le llega al pie. Es el 86, llueve de cojones, pero ha recibido con espacio y no hay delincuente alguno que pueda segarle por detrás.
El androide alcanza los tres cuartos de campo con la pelotita controlada, sólo ha superado a Thomas Partey -Thomas, cachondo, te querremos siempre-, y ahí se dibuja un escenario de obvio peligro para el portero rival, tal vez uno de los tres mejores del mundo. Pero es el 86 y poco oxígeno llega ya a los músculos y poca frescura se puede esperar cuando hace rato que La Bestia se siente como una acelga olvidada en la olla tres días después de hervida, cuando lleva toda una vida ejerciendo De Dios del Fútbol, cuando sabe que esta semana le dan otro Balón de Oro.
Y usted, en su sofá, usted que se las sabe todas porque ha aprendido de los mejores, que tiene siempre un plato en la mesa para Xavi e Iniesta y que se doctoró con los pases de Ronaldinho, se crió con los de Laudrup y se emocionó con los de De la Peña, ve muy obvio que aquí hay dos envíos clamorosos. Le cuento: está el pase loser, el pase lamentable que cualquier cretino le daría a Sergi Roberto. Es el pase de mierda que hará que la jugada quede en nada porque el otro va ahogado y tampoco lleva una noche inspirada. Pero es un pase donde no se equivoca uno y donde mal no va a quedar.
Ay, el que usted desde su sofá sueña es el segundo pase. Qué bien se está cerrando Griezmann, qué poético será su calvo al estadio infiel que lleva toda la noche silbándole sin piedad. Es un pase cabrón, un pase que se tiene que dar fortísimo para que no lo corte el central, y eso dificultará el control. Pero déjese: desde el sofá, qué hermoso pase y menudo golazo mete el francés, ahí está su apuesta.
Y luego está el tercer pase. El pase de mierda, el error obvio. En todo el pollo de peña, entre los centrales, por ahí repta la aparatosa cadera de Luis Suárez, quien en este preciso instante no va con el puto mate en la boca. Poco negocio: si se la da ni está de cara a puerta, ni se elimina a un solo defensa, ni hay nada bueno que rascar.
El androide elige su propia aventura.
Y elige lo que Van Gogh haría y lo que Van Dijk no soñaría: se la da al gordo de su amigo, y esprinta al meollo, a la corona del área, y vaya, el gordo debe saber algo de esto porque le devuelve un pase anodino de alevines que esconde un pase letal y La Bestia, con ese gesto natural que es historia de este deporte, lanza su célebre passing en paralelo, imposible para Keylor, para Oblak, para Yashin y para el Cancerbero original.
Visto en perspectiva, un error objetivable. Mirándolo con detenimiento, la opción que mayores posibilidades le otorgaba de ser él quien acabara la jugada, con lo que ello implica en términos de destrucción ajena. Y además con Suárez en la foto.
Es el Plan de La Bestia Parda. Es la mente del androide. Están todos invitados.
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