FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
La partícula cero culer es el odio a La Banda. En el primer llanto, cuando no sabes qué especie animal eres ni en qué planeta habitas, el parasimpático nos sitúa con un sencillo y cosmológico odiarás el blanco. Conviene recordarlo para explicar por qué nuestro estadio, también ahora, cuando del luto hemos pasado a la frialdad y la incipiente sospecha, debe llevar por los siglos de los siglos el nombre de Leo Messi.
Si hubiera que resumir en un partido qué pensamos del Madrí, qué supone para nuestro pueblo esa máquina generadora de fealdad, inquina y de todo aquello que combatimos, debemos viajar al 24 de abril del 2017. No hubo goleadas, aquel día, ni humillaciones cósmicas, ni rondos en todo el campo que deberían haber enterrado para siempre al Equipo del Generalísimo si conociera tal cosa como la vergüenza. Pero ese post Sant Jordi del 2017 es un día icónico, un día en que nos cobramos una bíblica venganza sobre esa turba violenta, y caiga tu espada sin filo.
En el minuto 11, Pelemiro ya ha visto la amarilla por segar por detrás al Dios del Fútbol después de un regate en el centro del campo. En el 19, Marcelo se olvida un codo que le abre el labio a Messi. La ocurrencia de Marcelo -no se llega a capitán de La Banda sin ciertos tributos a su historia- propiciará algunas escenas icónicas y probará que uno se puede mear a media zaga blanca, marcar, celebrar y reclamar córners pegado a una gasa.
Fue de esa guisa como el Barça remontó y se puso 1-2. Con ese marcador, Ramos quiso recordar al mundo que en la vida de Messi ningún jugador llevó a cabo más atentados contra la integridad personal del genio. La proeza le costó la roja al destraler de Camas. Pero ay, aquella era La Banda de Zizou, el equipo con más potra que haya pisado este planeta y James empataría ya superado el minuto 80.
Era el 92 cuando tras casi 100 años de competir en Liga, el Madrí ve cómo pierde en el descuento un partido en casa. Lo ocurrido es una de las nanas que cantaremos a nuestras hijas en nuestras noches tiernas.
Messi, un futbolista austero en sus celebraciones, se regaló ese día uno de los pósters de su vida. Para entender el exceso había que echar la vista atrás. La Bestia Parda fue durante 15 años la principal víctima del juego sucio madridista, un juego sucio que se desarrolló por una parte sobre el césped y por la otra en el relato público.
Así, el del póster es el jugador que había sobrevivido a los codazos de Marcelo, las entradas por detrás de Pelemiro y a las multiagresiones de Ramos aquella tarde, pero también el que bailó sobre Pepe, Carvalho, Xabi Alonso, Arbeloa, Khedira, Salgado y todo el cártel de Sinaloa del mourinhismo todo. Porque si en el cenit de su carrera Messi convierte cada actuación en el Bernabéu en actos de exaltación barcelonista es en parte porque lleva toda una vida sufriendo los tacos de una legión de mercenarios y porque fue el objeto obsesivo del equipo más sucio que se ha conocido en el fútbol en color.
Pero es que sufrió también la Triple Alianza de Florentino, Mendes y Nike, que cruzaron orcos y trasgos para forjar un rival a quien situar a su altura y tras múltiples intentos fallidos dieron con el iracundo Cristiano, un futbolista menor a quien se debió comparar con Lewandowsky, Benzema, Ibra o Suárez, pero a quien los artífices de la campaña situaron por encima de La Bestia Parda. Fue así como Messi, comparado con Pelé y Maradona, se vio en la balanza con un jugador que estuvo una década sin hacer un regate y empujando balones a la red. Ni siquiera, ya era poco pedir, era aquél el mejor Ronaldo que hemos visto, sino la versión currante del genio brasileño. Sí, era todo mentira, pero qué más da: se hinchó la trola -quién sabe si un día alguien ganará el Pulitzer contando los pormenores del asunto- con un puñado de Balones de Oro; Messi tragó y tragó y así acabó convertido en el más furibundo y borracho culer que haya en un bar en los días de Clásico.
Puede que no haya un Messi más puro -partícula cero- que el que destrozó al madridismo partido tras partido durante 16 años, hasta alcanzar los 26 goles, 26, en Clásicos. Es esa Bestia la que poblará por siempre las peores pesadillas del madridismo.
Y en nuestras noches de más melancolía, recordaremos cómo se batió ante las Puertas Negras de Mordor.
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