El hombre

El Dios del fútbol (VI): Los renglones torcidos

2 noviembre , 2021

Desalojar del trono a Pelé, vulgarizar a Maradona y acceder al rincón del Olimpo donde sólo se permitía la entrada Jordan y Ali es una obra titánica que requiere ganar y asombrar al planeta continuamente. Es por ello que la fábrica de proezas trabaja a destajo, no se detiene nunca, y es tan inmensa la producción futbolística de La Bestia que, para sorpresa del mundo, llegan los errores. La impronta del paso de Messi por los campos del planeta nos convenció de que el punto de penalti fue inventado para convencernos de que Lionel era sólo un hombre, que cagaba y meaba como los demás. Su porcentaje de efectividad era un nada brillante 78% en la pena máxima, pero en nuestra historia de amor y loco sexo con el argentino hay el momento del Gran Gatillazo en la que era una nueva final en azulgrana.

No sería el único. En el increíble viaje del pueblo barcelonista a lomos de La Bestia descubrimos también el enloquecido placer de jugar fases finales de selecciones sintiéndonos protagonistas: fue con Messi y su ortopédica Argentina. Mucho más que el error ante el Chelsea nos dolió esa final del Mundial, en 2014, en que la vida nos privó de ver al diez de dieces alzar una Copa del Mundo. En realidad, aún no lo hemos superado: las derrotas de Messi a menudo nos dolían más que las del Barça, y si era importante para él, era cuestión de estado para nosotros. Es por ello que aún no entendemos cómo ese balón cruzado se nos pudo ir, cómo tanta felicidad se escapó precisamente cuando dependía de su pie izquierdo.

Antes de que se redimiera en la última Copa América, otro fatídico penal le dejó sin su título a nivel de selección absoluta, en una de las nefastas finales ante Chile. Uno se preguntaba si las miseras de Leo con la lamentable albiceleste acabarían algún día, especialmente cuando la foto del naufragio era siempre la suya.

Pero detalles al margen, al Messi jugador se le pudo hacer un único reproche y fueron sus desconexiones en las grandes debacles europeas. Le faltó rebeldía, sentido de la épica, y nunca le acompañaron los Umtitis, Mascheranos, Piqués, Coutinhos, Albas y Suárezs, pero lo cierto es que en su etapa final nunca hizo el Kaiserlaurten que la vida le debía. Posiblemente, para hacer un Juanito y muchos aspavientos hace falta tener un punto de poca vergüenza que viene asociada a la falta de talento. Pero incluso a él, que lo tenía todo, se le puede achacar esa falta de espíritu bélico, porque hablamos del más gran ganador que ha pisado nunca el Camp Nou y, en ciertas noches de naufragio, se aferró a un barril, se dejó llevar por el oleaje, y nos abandonó.

Lo que nos lleva al que es aún hoy la más doliente cicatriz de cuantas vivimos en 16 años de furia y arte. Jamás se habla del lance, pero es crucial: el atropello del Liverpool en la 2018-19, todo a punto para una nueva final de Champions del Dios del Fútbol, 3-0 a la ida. En la primera parte, el Barça ronda el gol una y otra vez, el equipo juega y está entero. Y en un momento dado ocurre esto:

Es lo que parece: Messi ha asistido a Alba, que encara a Alisson con todo a favor para sentenciar la eliminatoria. Tiene chut clarísimo y pase a Suárez, es gol o gol, pero Alba, sabe dios si algún día le perdonaremos por Roma y por Liverpool, se caga y cede el balón atrás a La Bestia.

Messi se encuentra con poco menos que un penalti con el portero adelantado y todo a favor. Pero en una noche en que repartió asistencias a troche y moche, también falló él, en Su única Cagada Imperdonable: La Bestia decide adornarse y recortar al tal Matip, camerunés de metro noventa y cinco, que con la puntera evita un gol cantado. En la desazón del momento nunca quedó claro si la jugada había quedado anulada (un servidor fue incapaz de comprobar en un partido completo el drama del minuto 15 con 45 segundos) pero no albergamos dudas de que si la jugada estava viva, y lo parecía, Alba cargará con ella toda su vida y La Bestia no conseguirá ser indulgente consigo mismo.

En efecto, si no fuera por los penaltis y por ese exceso de resignación, por su burguesa tozudez para no arrastrarse por el barrizal de la épica, uno pensaría que quien nos deslumbró durante media vida fue un ser de luz.

Pero no: medía metro sesenta y nueve, pesaba 67 kilos y era, al parecer, de condición mortal.

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