Hoy es necesario que escriba un cuento infantil que va mucho más allá de empates afortunados y goleadas sangrantes. Un cuento tan importante que se remonta al día que nació el fútbol.
“Cuentan que fue así: había dos niños, Gabriel y Guillem, que se acostumbraron a estar juntos desde sus primeros días. Lloraban, comían y dormían a la vez. Respiraban como uno solo. Aprendieron a gatear la misma semana y sus primeros tambaleos andantes tenían rumbo a un mismo abrazo.
“Un buen día, cuando ya había crecido lo bastante, Guillem sorprendió al mundo gateando a toda velocidad rumbo al pote de las galletas. Al llegar, sonrió complacido. Entonces no lo sabía, pero acababa de descubrir el Juego.
“Poco después, estando los dos en el parque, descubrieron una bandada de palomas al sol. Sin necesidad de mirarse decidieron disolver la reunión y rompieron a correr hacia ellas. Una contagiosa carcajada acompañaba cada nuevo paso y de ese modo celebraron el descubrimiento del Deporte.
“Y llegó, por fin, el día en que se enfadaron: Gabriel se esforzó por alcanzar una pelota antes que Guillem y cuando la tuvo no se la quiso dar. Sus caras crispadas reflejaban la excitación de haber dado con algo nuevo: la Competición. Al día siguiente, en cuanto apareció la esfera multicolor, Guillem hizo la trabanqueta a su compañero de aventuras. Había nacido el Fútbol”.
Si alguien me preguntara cuál es mi imagen preferida de este deporte, ésa sería la de un balón perdido en mitad de la nada, esperando a ser encontrado. Su soledad contempla todas las posibilidades y emociones que conoce la humanidad. Y si alguien me preguntara con qué imagen describiría la vida, elegiría la de unos padres acariciando con un dedo a su diminuto recién nacido.
Una pelota pesa un máximo de 450 gramos y su circunferencia se mueve entre los 68 y los 70 centímetros. Mis sobrinos, nacidos hoy, son más o menos lo mismo: dos minucias redondeadas con toda la infinidad del mundo por delante.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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