FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
La muy íbera costumbre de embellecer las biografías de los difuntos en cuanto traspasan siempre nos pareció una estupidez. No nos engañemos, pues: cada una de las 173 veces que Keita salió al campo como azulgrana y dejó en el banco a Iniesta, a Xavi, a Busquets o a los niños del filial, algunos nos llenábamos de melancolía y pensábamos que nuestros días están contados y que el fin se avecinaba.
Fue un jugador honrado, serio, a días hasta parecía que aprendía a jugar al primer toque. Anotó goles que no eran goles, sino obras maestras, combinó con futbolistas que dentro de 100 años estarán en la memoria colectiva y jamás lloró por haber ido a parar al único equipo del planeta en que había cinco centrocampistas mejores que él.
Pero ahora que ha tirado su carrera por la borda para ir a China a lucrarse, Keita nos recuerda ante todo que es en la cocina del vestuario donde se ganan los títulos; allí él era imprescindible. La devoción que sintió siempre Guardiola nos recuerda la distancia que hay entre los informadores y opinadores y los que verdaderamente sabía lo que era el Barça. En realidad, el equipo de los 14 títulos fue un equipo con gente muy generosa y muy competitiva. Y todo apunta que eso, precisamente, es lo que echaremos de menos el año próximo. O la lista de bajas de vacas sagradas empieza a crecer o ya nos podemos acostumbrar a la inaudita sensación de escuchar: «Esto con Keita no pasaba».
Adiós, Seydou, lúcrese a fondo, que el mundo está muy mal. Nuestras disculpas si nunca le aplaudimos como merecía. Pero sabemos que su presencia, en esos 14 pósters, fue imprescindible.
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