Última noche con Carlos
Es una noche de mayo y te lo encuentras en la tele;...
La Champions es un tren de la bruja que nos pasea por las máquinas de trituración más perfectas del fútbol mundial. Por eso nos ha llevado a Munich, donde unos robustos mozos cabalgan hacia el triplete. A ustedes ya les habrán asustado con números varios: en toda la Bundesliga ha encajado sólo tres goles como visitante, cuenta por victorias todas las jornadas de la segunda vuelta, etcétera.
Además, el Bayern tiene a su favor una de esas rarezas que el fútbol rara vez deja de atender: sus futbolistas se han hinchado a perder finales (Eurocopa 2008, Champions de 2010 y 2012) y semifinales (Mundial de 2010, Eurocopa 2012), con lo que una generación descomunal se ha quedado sin grandes títulos. Y aún cabría añadir que les dirige un tal Juup Heynckes, el tío que dio la Champions a un cuarto clasificado del torneo doméstico en el año 1998, con Karembeu y Fernando Sanz a bordo. Efectivamente, sería fácil tirarse al tembleque en cuanto comience el partido y veamos a Müller, Robben, Ribéry o Gómez pisando por donde Bartra.
Pero veámoslo de otra manera: hagamos un sencillo ejercicio de empatía y pongámonos en el lugar del pobre Neuer, en sus pensamientos cuando empiece a estrechar manos y vea desfilar, uno tras otro, a los tapones que han dominado este juego en el último lustro, reconcentrados como en los grandes días. O imaginen al pobre Van Buyten, un troncho de 35 tacos y 197 centímetros, cuando vea la cara de ausente determinación de La Bestia Parda.
¿Les gustaría que desenjaularan a un Messi que lleva 12 días pensando en ustedes? ¿Les gustaría recordar qué ocurrió la última vez que el mejor jugador del planeta y su equipo tuvieron tanto tiempo para preparar un partido? Seguramente, no. Seguramente saldrían corriendo para pensar en otra cosa.
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