Los nuestros

Las notas (y III): Un viaje en el tiempo

6 agosto , 2015

El 18 de marzo de 1995 Michael Jordan hizo un comunicado de tres palabras en que anunciaba que al día siguiente volvería a las pistas. Los astros quisieron que el 19 de marzo de 2015, exactamente dos décadas después de aquel acontecimiento, Leo Messi informaba al mundo de que estaba de vuelta. El futbolista más grande que hemos visto lo hizo a su manera, sin hablar, cosiendo a caños y regates al City, asistiendo, dando un recital tremendo y avisando de que ganar la Champions volvía a ser su única razón de ser.

El océano de fútbol que ha regalado La Bestia Parda en el año de su regreso ha sido apabullante y conmovedor. Ver a dos colosos como Neymar y Suárez rendidos ante él de lunes a domingo es una de las estampas que deja Messi, líder único de la quinta Champions. Todo el planeta fútbol, con la excepción de esa Meseta Garbancera que prefiere a un rematador ególatra, ha caído rendido al talento de un hombre que a cada aparición nos recuerda que él no vino a este planeta a pelear con Pelé y Maradona, sino a Muhammad Ali y Michael Jordan.

Siguiendo su estela, un equipo hambriento y musculoso ha recuperado el instinto asesino. Y bajo su maestría, hemos asistido al espectáculo maravilloso de hacer un improbable viaje en el tiempo para asistir a la mejor delantera que soñamos: la que integraron, en la 2014-2015, tres tíos que sonaban como Harleys: un uruguayo llamado Stoichkov, un brasileño llamado Ronaldinho y his Airness, Leo Messi.

Suárez. 9,5. Vengador. Vengador de sí mismo, víctima de la mala consciencia de la FIFA y víctima de sus pésimas decisiones a la hora de elegir equipo en el pasado. Suárez no es un delantero eléctrico y para muchos esa falta de punta de velocidad le sitúa en un plano inferior a Eto’o. Bullshit. El uruguayo comprende mejor el fútbol y es un asistente de primer orden, que le ha llevado a acabar la temporada como segundo en este apartado con 18 asistencias. Puede incluso que sea también más efectivo de cara a puerta; de lo que no hay duda es de que está mejor predispuesto que el camerunés a la hora de inclinarse ante el genio del fútbol mundial. El suyo fue un inicio lento: después de tres meses enjaulado, debutó en la primera derrota, pero se fue poniendo a tono y tuvo las piernas a la altura del hambre justo cuando comenzaron los partidos a vida o muerte en la Champions. Ahí demostró quién es: pregúntenle al City, al PSG, al Bayern, a la Juve. Su voracidad dejó a cuatro campeones en la cuneta y nos rescató también en un alarido inolvidable para tumbar a La Banda. A Suárez le queremos porque juega con la misma desesperación con que lo haríamos nosotros si un día, de pronto, nos dieran la opción de saltar al campo. Cuando oigan que dos Copas de Europa consecutivas son imposibles, piensen en él. No nació en Plovdiv, sino en Salto, pero su juego es lo más búlgaro que vimos en dos décadas.

Pedro. 7. Melancólico. Su año ha sido un nuevo desaire a su propia historia, la que le señala como un grande entre los más grandes. Sin embargo, corrió, entrenó, no levantó la voz y empujó para lograr un triplete que él se perdió en 2009. Tuvo un inicio triste, con fallos terribles, pero se fue reponiendo y entendiendo el sonido de la historia. Acabó con 11 goles y nueve asistencias, y su final, amigos, no pudo ser más memorable: recuerden que él, como Ronaldinho, firmó de chilena su último gol de azulgrana, recuerden que suya fue la asistencia que nos instaló en el Olimpo. Pedro, canario, hijo de gasolinero y poco dotado para la expresión oral, ya es leyenda; nos queda añorarle y reivindicar su palmarés, un palmarés por el que Romário habría matado.

Neymar. 9,5. Mortífero. 39 goles, 12 asistencias. Vacunó a La Banda, al Atleti, al PSG, al Bayern, a la Juve. Marcó en las dos finales y en las dos semifinales. Supera limpiamente, amplísimamente, las temporadas de Ibrahimovic, Villa o Henry en su posición. Desequilibrante, malintencionado en el desmarque, letal de cara a puerta. Su descaro hace que sea cuestionado por los rivales más troglodíticos y por el barcelonismo más casto, pero en toda la temporada no hizo una sola estupidez como la que sí le vimos en la Copa América. Aquí se dedicó a jugar, a ganar y a dejarse partir las piernas en cada partido. Su año resulta conmovedor en un tío más joven que Sergi Roberto, que vive sumido en un caos mediático espeluznante y que da nombre a una de las carpetas estrella de la Audiencia Nacional. Cuando les hablen mal de Neymar, pregúntense si le querrían en el equipo de enfrente, jugándose la salud a cada minuto. Por alegría, magia, vértigo y competitividad bien merecen que le situemos en el peldaño de Ronaldinho. Y recuerden de él que torturó a la Juventus durante 90 minutos y que lloró, arrodillado, al darle al Barça su quinta Champions.

La muchachada. 5. Comparsas. Suponemos que Sandro y Munir han vivido acojonados al ver el espectáculo que se desencadenaba ante sus ojos. Si Pedro jugó poco, imaginen. De Munir podemos decir que tiene clase y calidad, de Sandro, que su pierna derecha es un cañoncito de cuidado. Su papel fue intrascendente (cinco goles, tres asistencias entre ambos) pero demostraron más sentido común que Deulofeu o que el amigo Adama. Ahora, ante el anunciado adiós de Pedro, uno de ellos tendrá un lugar como recambio habitual: una oportunidad enorme, un marrón superior.

Messi. 10. Redentor. Su temporada nos redime de inspectores de Hacienda, de nuñistas, de vividores caraduras, del imbécil del vecino del segundo, de nuestros fracasos y del miedo que tuvimos de haberle perdido para siempre. Hizo creer al equipo, armonizó a la delantera y levantó su cuarta Champions. Resurgió al que tal vez es el mejor nivel de su vida. Por títulos e influencia en las finales sólo puede compararse con 2009, cuando sumó 38 goles y 17 asistencias. Este año alcanzó 55 y 30. ¿Cuándo hizo mejores números? ¿Es eso posible, acaso? Lo es: Messi, 2012: 73 tantos, 32 asistencias. Pero la sabudiría exhibida este año nos sitúa en un plano de caviar posiblemente superior. Cuesta comparar a Dios consigo mismo, ni falta que hace: cada aparición ha sido un privilegio y un recordatorio constante de que ninguna afición de ninguna época tuvo tanta suerte como la azulgrana de ahora. Firmó, de nuevo en unas semifinales y ante el mejor portero del mundo, una actuación a la altura de la que aún es su mayor obra como depredador: la matanza de La Banda de Mourinho en 2011. Su año ha sido una sucesión de actos de voluntad y de genio en que de pronto para, pide el balón y se dirige al planeta. ‘Gracias por participar, pero es mi juego y yo soy La Bestia Parda’. Michael, Muhammad y los demás dioses del Olimpo fueron los primeros en recibir el mensaje. Ya están avisados: Leo ha vuelto.

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