FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Se va Ramos y todo el madridismo con acceso a micrófono, teléfono, teclado o wifi aplaude con entusiasmo. Tal es la apabullante obra de Florentino. Igual sobre Ramos, que vivió para jodernos la vida, tendrían que preguntarnos a nosotros. Fue el rival a quien desde el primer momento odiamos y a menudo temimos, con un furor tal que siempre estuvo claro que algún día lejano -ayer- merecería nuestro homenaje. Él, que cuando perdía no daba la mano sino los tacos, ha sido el gran responsable de que en la era Messi, una era de humillaciones domésticas y de risas a costa de La Banda, Nacho tenga las mismas Champions que Xavi.
[Rece aquí su responso por la puta vida, y exclame ahora su mecagon Jesús a la creu].
Las novias que nos dejaron, los jefes que nos echaron, los amigos que optaron por no descolgar más el teléfono. Todos ellos nos enseñaron la puta verdad de la vida, y con ellos, el Madrid de Ramos, un artefacto mitad fuego, mitad sombra contra el que nada podían hacer las espadas. Era un equipo que aparecía sólo en eliminatorias europeas, un máximo de siete noches al año, siempre en primavera, que no tenía un plan de juego, todo arreones de cafeína y testosterona, con los jugadores espoleando al público como si aquello fuera Wrestlemania; era un equipo que conjuraba tantas desgracias sobre los rivales que obtuvo como premio la colección de Copas de Europa más feas e injustas que haya visto el ojo humano -con permiso de Bosingwa-. Una, dos, tres y cuatro.
A costa de contemplar al terrible engendro, uno acabó llegando a una conclusión: el Madrid que mata más tiene un total de tres ingredientes:
a) Un delantero que las empuja con muchas ganas de empujarlas. Raúl, siempre por encima de Cristiano, pero como es conocido, el primero no tuvo a los tres grandes lobis del fútbol soplando a su favor, léase el Floren, la Nike, Mendes.
b) Un entrenador buen tipo, que pone a los buenos y que no habla de fútbol. Cuando un técnico llega al Cuernabéu y se pone a hablar de la importancia del saque de banda, del cuadrado mágico o de si laterales altos, ese Madrid dará risa y pena.
c) Un central sureño físicamente desaforado, tácticamente analfabeto y merecedor de tres rojas por partido en las tarde tranquilas. Maneras y pensamiento cuartelario, por supuesto, y, esto, mucho gol. De Hierro a Ramos, y nadie más a su altura.
De los tres elementos, comprenderán ustedes que el más difícil de encontrar es este último. A La Banda le hemos visto nueves asesinos que van de Hugo Sánchez a Van Nistelrooy, pasando por Morientes o Benzema. Todos enchufaban. Durante lustros mantuvimos que si a Tamudo se le cosía el escudo del Madrí a la pechera automáticamente se convertía en Balón de Bronce europeo e ídolo del Marca. Y de los entrenadores, en fin: ningún gremio es tan generoso en charlatanes y vendedores de crecepelo como el de los místers, qué les voy a contar, con Barjuán ya al frente del Barça B.
¿Tuvo mucho gol Ramos? Mucho, muchísimo. 101 goles de blanco. El defensa que más goles hizo del Barça, con cinco veces la calidad del madridista, fue Koeman, y se quedó en 90. Piqué para que comparen, lleva 50. Terry se plantó en 68. El trencador de Camas llegó a cerrar temporadas con 13 tantos, y en el global supera a Iniesta, a Xavi, no me hagan comparar con el pobre Busquets.
Ramos, ese mal bicho, quedará en el pabellón de los ogros del Camp Nou por tres gestas míticas que aún perturban nuestros sueños. La primera, un gol de cabeza en el tiempo añadido en el Camp Nou. El inframónguer de Arda regaló la falta lateral y el retrocojo de Mascherano decidió marcar al mejor rematador de cabeza del rival. Aquello acabaría costando una Liga. La segunda, esa llave asesina a Salah en plena final de Champions. Hay que ser cínico, hay que ser poco señor, hay que ser el cafre del capitán de La Banda. Eso era Ramos: un rival tan perfecto que se fundía con el escudo, uno no sabía dónde empezaba Ramos y dónde acababa el Madrí. La tercera, no quieran recordarla, puede ser el momento más duro de los días y días que hemos pasado viendo al rival. 92 minutos y 50 segundos, etcétera.
Se va Ramos y en cada casa del mundo civilizado se abren botellas, se musitan palabras de consuelo a los que ya no están, se habla a los niños de un futuro mejor. En este agujero, 34 años de confrontación sin fin con La Banda, no conocimos a otro como él. Respeten a Ramos, ese demonio con el número cuatro. Respeten y escupan al oír su nombre. Y durmamos tranquilos, al fin.
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