Bandoleros

Figo y los rinocerontes estreñidos

27 enero , 2022

Qué intenso placer el de contemplar a nuestros demonios braceando en cubas de extremento líquido. Qué gozos, qué voluptuosa fantasía ver a los mariscales de Sauron arrastrarse, olvidada su gloria, defenestrada su vida.

Porque hoy podemos decirlo: cuánto llegó a molar Figo. Barcelona bebía los vientos por él, lucía el brazalete, se meaba a todo dios, las enchufaba y cuando besaba el escudo sabías que aquel chaval del parto con fórceps sentía algo por esta nuestra iglesia. Pero pasó lo que pasó, y el pobre hombre  se convirtió en mascarón de proa de Florentino para acabar de peluche del peor Mourinho. Bonito paseo por Chernobyl el de Judas.

Las verdaderas alegrías, ay, llegarían con los años, porque resulta que al bueno de Iscariote le ha pesado lo de ser exfutbolista. «Morí el 17 de mayo de 1987, a la edad de 32 años, día en que me retiré del fútbol», había escrito Platini. Figo debe ser de poca lectura; qué durísimo es abandonar el panteón de los dioses del balón y qué mal eligen algunos. Qué rematadamente mal, y cuánto lo gozamos.

Las manos donde podamos verlas. Vamos al tema.

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Su posición, en efecto, era la de extremo derecho y oigan, qué bien se adaptó a la capital del Reino. Tan bien ha interpretado su papel de liberal conservador aún atractivo y con abundantes recursos de testosterona, que llegó a alcanzar esta imponente cima de la infamia:

Ahí le tienen: el Falangito real, el falangista Dimas Gimeno, el criptofranquista Ruiz Gallardón y el muy demócrata Leopoldo López le acompañaron en este World Esmegma Forum. Y reflexionemos: ¿qué méritos ha acumulado Figo para convertirse en semejante ma-qui-no-te del Gran Madriz?

Creemos tener alguna pista. Acompáñennos en este descenso a los abismos del alma humana.

Existe una gerontocracia en este nuestro país de libertades que entronca de manera directa con la farsa de la Santa Transición y que basa todo su prestigio, credibilidad y capital social en su propio rictus. Un rictus autoconsciente, entrenado, rígido, marcial. Un rictus de formidable mala leche. Mírenles:  ¿Cómo es posible que semejantes jetos puedan parecer ilustres, respetables, a gente sin alma que aspira a imitarles, como Figo? ¿Qué dicen esas caras siniestras, esos jetos surrealistas, con sus colgajos, sus bolsas adiposas, sus surcos?

Les traduzco: dicen enfado y hostilidad. Dicen ‘soy un alfa de éxito y estoy cabreadísimo, soy una bestia poderosa y agresiva a punto de implosionar, no te acerques, piojoso hijo de puta’. Esa siniestra expresión -la sonrisa o todo abismo de ternura en la mirada son para los pobres de espíritu y cartera- trasciende el medio y es fin en sí misma: ni se te ocurra cuestionar mis infames décadas al servicio de la sociedad, no sueñes con plantear que la mierda inmensa en que vivimos pueda tener nada que ver conmigo, que estoy cabreadísimo, que te doy con el bolso.

[Si se alejan lo suficiente y entrecierran los ojos, la cara también dice algo más. Dice ‘alguien no ha hecho popó desde hace ocho días’].

Felizmente, esa retórica de la mirada enfurecida da más información de la que sus inventores quisieran. También les recuerda que ya no interesan a nadie y que su tiempo pasó. El fulgor de la vida les ha olvidado, no tienen un momento de alegría ni inocencia, toda su miserable cotidianedad es artorsis, omnipresencia de Cronos y temor de muerte. El Aleti Pollavieja sabe bien que el cosmos no se pliega ya a sus caprichos, que la carne joven les rehúye y que la gran mentira sobre la que edifican su mastodóntica vanidad aguantará ya muy poco tiempo. De ahí que sus vidas se hayan convertido en un infernal partido de frontón en que proyectan intimidación y les devuelven indiferencia -la cosa debe cabrear muchísimo, corramos todos a poner cara de intocable patricio ante el espejo-.

Miramos a Figo, ambicionando unirse a ese club de la pastilla azul, y asoma la compasión en nosotros. Pobre Luis. El 24 de julio del 2000 su luz dejó de crecer -el amor cuando no crece, decrece, dicen en Portugal-. Desde entonces, el declive, el darnos la razón cada día, hasta el histrión iracundo de hoy. El pobre busca su sitio.

Lo ha encontrado en la lujosa cripta de los rinocerontes estreñidos.

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