FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
La catástrofe que protagonizó Valdés ahora hace un año martillea aún algunas cabezas. Un estúpido regate sobre Di María propició el 3-2; fue el prólogo de la derrota en la Supercopa en que también ayudaron los consabidos errores de Mascherano y Piqué. Pero en realidad fue aquel regate calamitoso el que hizo posible que Mourinho abandonara su monumento a la infamia con tres títulos, y no dos.
VV, pese a todo, sigue siendo uno de los nuestros. Un año después nos ha devuelto el título que nos birló y lo ha hecho con dos paradas antológicas que lamentablemente no se recordarán dentro de un tiempo. Sí hablaremos del remate picado de Neymar que nos dio el título, y quién sabe si algún tarado rememorará las malas artes de Godín, ese señor que perdió anoche la primera de las seis finales que había disputado a lo largo de su carrera.
Los que de ninguna manera olvidarán lo ocurrido anoche son Turan y Villa. Sus dos balones llevaban el veneno del gol, el inequívoco aroma de la desgracia. Sólo un loco maravilloso sería capaz de sacar ahí las manos que tan estupendamente negó a Rosell. Es este Atlético un equipo convencido, fanático, donde nadie sonríe, como hizo holgadamente Song en la ida. Es un Atlético de mucho fútbol y mucha hambre, que mereció más el título, que creyó más y que en buena lógica debería visitar hoy mismo Neptuno. El plan de Simeone, sin embargo, tenía una sola laguna: un portero de cráneo imposible, que celebró -hecho insólito- el primero de sus milagros con el puño cerrado y mirando a la grada.
Todos en el Qatar Stadium sabían anoche que la undécima Supercopa la ganó un tío que se sabe fuera del club y que nos debía una. Durante la deslucida entrega del trofeo flotaba en el ambiente el torturado rictus de nuestro número uno y por un momento alguien creyó oír, procedentes de la tercera gradería, ciertos acordes de Dylan.
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