Champions

Rubores

5 mayo , 2015

Joder, joder, joder, ay, joder. Ustedes deben saber lo que es mancharse la camisa antes de una cita clave, ese extemporáneo corte en el bigote, unas camachas inoportunas imposibles de ocultar antes de una entrevista de trabajo. Así anda el barcelonismo. Con  eso y también con unos rubores de quinceañera, joder, joder, joder.

Por eso, escuchen bien. Si hace un mes que no salen a correr, por dios, metan barriga. El cinturón ahí sin piedad. Y no ahorren en desodorante. La camisa de la boda, fuera del armario, nada de ratear. Y si tiemblan por los nervios, métanse un buen orujo, el más caro que pillen. Piénsenlo. ¿Se han preguntado alguna vez cuánto pagarían por ver a Cruyff de nuevo en el banquillo del Camp Nou? Pues ahí le tienen: al único que superó a Cruyff y perfeccionó su libreto y sus triunfos.

Vuelve Guardiola al Camp Nou y nos recuerda a ese día grande y terrible en que al fin apareció nuestro padre tras el línier, con un periódico doblado bajo el brazo y la evidente intención de vernos jugar. Joder, joder. Ese día entendimos lo que es jugar con presión. Ése fue el día del «no la cagues hoy, por lo que más quieras».

Eso mismo ocurre este miércoles. Más que nunca en el mundo, es el día de no hacer el ridículo. No ante sus ojos. Sería el día, en realidad, de hacer el partido de todos los partidos. Cierta educación sentimental y el propio Cruyff nos enseñaron el placer estético y la obligación de jugar como el Barça. Pero Guardiola dio otro paso más y convirtió la poesía en método. Hizo otra cosa: nos comunicó que íbamos a ganar. Demostremos que hemos aprendido, que estamos a su altura.

Cierto es que llega Guardiola y nos acordamos de que esto es el Barça y de que nunca es mal momento para pasar vergüenza. Ahí ha estado el nuñismo, campando lejos de la celda, para manchar su nombre a mayor gloria de la mezquindad. Qué gran putada y qué perfecta metáfora que justo cuando con su regreso nos veamos ante el espejo de la gran verdad revelada: que la felicidad nunca es plena porque somos el Barça y llevamos el mal dentro.

Guardiola, tan nuestro pero tan suyo, con ese adiós brusco, las añoranzas turbias, los ataques del Clan del Canapé. Guardiola, ese personaje de Conrad: «Era un hombre notable. Después de todo, aquello expresaba una cierta creencia. Había candor, convicción, una nota vibrante de rebeldía en su murmullo, la imagen espantosa de una verdad apenas vislumbrada… Una extraña mezcla de deseos y de odios». Eso mismo, creencia, candor, odios, deseos. Fútbol.

Está ese pequeño detalle.

Ganar. Ganarle. No se preocupen, no teman, es hombre de fútbol y uno de los nuestros. Nadie como él sabe que unas semifinales de la Champions son territorio Messi. Entenderá y después, en la soledad de su casa o en su cubículo de genio del fútbol, se llevará otra vez las manos a la boca, asombrado. Será así. No nos lo dirá.

Guardiola, señores, fue al Barça lo que Roma a la civilización y tiene sitio en nuestro rincón más íntimo de felicidad futbolera; él y aquellos a quienes él espoleaba en aquellas orgías de las vueltas de la Champions que nos acompañarán mientras vivamos. Joder, joder, joder. Convertimos el Bernabéu en una guardería y el fútbol Mundial en nuestro harén. Jugamos mejor de lo que nunca nadie soñó. Esas avalanchas: si cerramos los ojos podemos verlas y olerlas y tocarlas, y sabemos, claro, con quién vimos cada partido. Fue el hombre que nos enseñó a creer que podíamos ser los mejores, los mejores del planeta, los mejores de siempre. Nos convenció de que la lluvia podía ir hacia arriba, los gatos ladrar y el sol no ponerse.

Ahí nos tienen, ahí viene. Metan barriga y pongan el perfil bueno. Y si por algún azar, en algún balón perdido sienten que les mira a los ojos, estén preparados. Vocalicen bien y se lo dicen, claro y fácil: “És casa teva”.

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