Champions

La mirada

7 marzo , 2017

Consulten en el chat, pregunten en el bar, vean en el trabajo, repasen las encuestas de los medios. Con un 4-0 en la ida y un baño descomunal en la maleta, aproximadamente dos de cada tres sápiens culers presuntamente alfabetizados piensan que es factible remontar la eliminatoria. Dos de cada tres no ven posible hacer lo que nadie ha hecho antes y hacerlo contra un equipo que convirtió en un verdadero suplicio los 90 minutos de París. Pregunten también a esas buenas gentes pericas y bandófilas y notarán un timbre de duda y horror.

Echando la vista atrás, la cosa tiene su mérito. Hace sólo 11 años por estas fechas teníamos una sola Champions en el bolsillo y era la del mítico Cruyff, ya pensábamos que lo habíamos soñado. También teníamos un importante balance de tragedias y desastres europeos de los que, no nos engañemos ahora, nos enorgullecíamos.

En este tiempo han cambiado muchas cosas. Puede pasar que tiremos 12 puntos de ventaja en Liga y nos levantemos para firmar un final sin un solo error para ganar ante los Di Stéfanos. Puede pasar que veamos cada edición de la Champions, esa antigua maldición, como algo que nos pertenece, y que nos neguemos a entender el hecho de no ganar y lo veamos como una verdadera desgracia bíblica. Nos quedamos con uno menos a la media hora en una final de Copa ante un rival crecido y lo levantamos sin dramas ni arrebatos. Ocurre que también que la Liga de un país donde cohabitan dos balrogs de la magnitud de Florentino y Tebas la hemos convertido en nuestro jardín. Y puede pasar, claro, que nos exterminen con un 4-0 y no nos demos por aludidos, y nos muramos de ganas de disputar la vuelta.

Eso somos nosotros ahora. Una generación excepcional de futbolistas, el mejor juego de siempre y jugadores únicos atraídos a la causa por la magnitud del fútbol que hacemos han entrado en la memoria y los corazones de la culerada para acabar con el fatalismo y la llagrimeta.

Somos eso, y somos los que durante una década hemos disfrutado del Futbolista-Dios. Mañana, cuando suene el himno de la Champions, mírenle bien. Les cuento: estará con cara de enajenado y situado en escorzo, incapaz de completar la línea recta que forman el resto de sus compañeros. Mirará a la grada, pero no verá nada: se estará comunicando con esos ultrasonidos suyos con Pelé y Cruyff, con Ali y Jordan.

Esa mirada es la culpable de que en una década hayamos pasado de un pragmatismo de botiguer impotente a un fervor alucinado. Sabemos que con Messi, nada es imposible y que pensaríamos lo mismo con un 8-0. Algunas veces perderemos, claro, esto es fútbol y no los 100 metros lisos. Pero esas miserias cotidianas importan menos, porque seguiremos siendo el pueblo de Messi, el que cada semana durante una década asistió a infinidad de milagros, el que se curó de tanto drama.

Y siendo el Barça, y jugando La Bestia, queremos para mañana lo mismo que queremos siempre: que pite el árbitro y le llegue el balón para reírnos de nuestras miserias cotidianas y de aquel tiempo, tan lejano ya, en que conocimos el miedo.

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