FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Cuenta la leyenda que aquel jugador de ligas miserables, aquel simple aficionado que para más inri era portero, se ganó un lugar en la memoria de los que compartieron vestuario con él al despojarse de los calzoncillos y tirarlos a la bolsa. Mientras andaba hacia la ducha se hizo el silencio. El chaval se duchaba, ajeno al respeto reverencial que se había ganado, hasta que se le acercó un jugador, le arrojó una chancleta entre los pies y le dijo:
-¡Cuidado, no la arrastres por el suelo, que puede coger hongos!
[Risas, y también algo más]
***
Los vestuarios, en efecto, son un asunto complicado. La compleja alquimia que determina el éxito de un futbolista se compone de centenares de compuestos, siendo uno de ellos el respeto que uno se gana de sus compañeros. Y para eso, vale tudo. Ahora que no damos un duro por él, después de esos primeros 20 minutos contra el Girona que se cuentan entre las cosas más espantosas que hemos visto nunca, ahora es el momento de glosar la figura de Dembélé.
El pájaro ha venido a nuestra vida, lo ha demostrado ya, a poner a prueba nuestra bondad, a apelar a nuestra misericordia. Está por una parte ese atraco monumental de que fuimos objeto, esas risas del Dortumund que nos acompañan en nuestras noches más míseras. Está, por otro lado, el asunto de las dos tildes, incómodas, absurdas e imposibles de ubicar, que nos recuerdan que no tenemos la menor idea del origen de este futbolista: juega con Francia, sale de Alemania, tiene origen mauritano. Cuentan, además, que es de una timidez preocupante y una persona absolutamente cerrada en su entorno más cercano. Y hay quien dice que el propio Valverde anda procupado: le ve verde, sonrojado en cuanto aparece Messi, afirma que va a costar, etcéteras malos, mensaje claro de que nos han tongado amigos.
Pero en su Caverna amiga tenemos otros planes. Y queremos recordarles qué es lo que fichó el Barça exactamente. Y es, ni más ni menos que esto:
Hablamos de un extremo, un especialista en el regate, que juega igual con la derecha y con la izquierda, que sale indistintamente por dentro y por fuera. Alguien de quien, además, Alba sospecha que es más rápido que él mismo (aunque aquí se intuye una rara generosidad por parte del lateral de L’Hospitalet). Fichamos, en suma, un potencial único.
El fútbol, se aprende pronto, es la confrontación desigual entre los sueños de arte, grandeza y dominación que salen de nuestra cabeza y los límites que nos imponen el cuerpo y el talento. No hay jugador que incluso en sus mejores momentos se vea ceñido a ciertas limitaciones: la ley de la gravedad, las lesiones, su velocidad, la costumbre de salir por un lado y no por el otro, su condición de diestro o zurdo… Todo impedimentos, todo taras. El cuerpo, 75 kilos de lastre.
De ahí la maravilla de eso de no saber si uno es diestro o zurdo. Seguramente hay que remontarse al Innombrable para encontrar a alguien mejor dotado para el regate panorámico, para un regate imprevisible, que puede salir en corto o en largo a un lado o al otro. Para que ustedes me entiendan: qué drama ver a Henry encarar. Tenía dos regates, malos los dos. El uno buscaba la línea de fondo a su izquierda, el otro se abría a la derecha para buscar la rosca al palo largo. Lo sabían los niños, los perros, los banderines de córner y hasta Arbeloa.
Dembélé, amigos, con esas tildes, esa cara de bullying y esas patas de avestruz, es una tortura para los defensas, un verdadero misterio indescifrable. Esta jugadita que le hizo al Celta está al alcance de muy pocos. E incluso jugando sin la chispa de físico que necesita un velocista driblador, le cuesta no acumular asistencias igual que un leñador apila leña o un líner cosecha improperios.
Por decirlo en otros términos, su condición de ambidiestro le sitúa en esa rara dimensión de los mecanografistas con 26 dedos, los ciclistas con tres piernas o, Dios nos ampare a todos, los futbolistas con dos penes.
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