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Fútbol bajo el Vesuvio

8 marzo , 2018

Gritan y gesticulan como histéricos, sus llambordins son de tamaño natural, la ciudad es un caos, han asumido que la mafia forma parte del decorado, odian a la Juve, tiene su propia lengua y no se sienten italianos. Con ustedes, nuestros primos hermanos de Nápoles.

La pasada semana La Caverna Toda emigró a la ciudad del sur de Italia para maravillarse con la barbarie imperante y llevar a cabo una ingesta alimentaria propia de un demente. También para oler de cerca esa religión llamada SSC Napoli y apellidada Maradona.

Va a hacer tres décadas que El Diego no está en la ciudad a la que entregó más y mejor fútbol, ese fútbol de genio meteórico, pero aún hablan de él como si hubiera jugado la semana pasada. Las preguntas ‘¿Le viste jugar?’, ‘¿Le conociste?’ o ‘¿Venía mucho por aquí?’ son respondidas afirmativamente de manera invariable, aunque las respondan menores de 20 años los números no salgan por ningún lado, pero amigos, la magia de Nápoles. Les recuerdo que su reciente retorno a la ciudad dejó estampas cómo ésta, en el glorioso restaurante Mimi alla ferrovia, ¿qué más se les puede pedir a esta formidable unión de locura, napolitanismo y genialidad?

Estando en la antigua capital transalpina, hubo ocasión de visitar un santuario oculto en un bar de la calle más turística de la ciudad. Ahí inmortalizamos la absurda y demagógica camiseta de ganar Champions con un altar presidido por un pelo que presuntamente Maradona perdió en un avión décadas atrás. El cabello, por lo que a nosotros respecta, es probablemente de cualquier azafata velluda; de nuevo, ti amo, Napoli.

Pero nuestros días en Campania no fueron felices para el Nápoles. Después de toda una temporada liderando la Serie A, la tragedia se cernía sobre el fin de semana: la Juve hizo de Juve y ganó a la Lazio en el 94. Un par de horas después, el Napoli palmaba espectacularmente por 2-4 ante la Roma en un partido donde acumuló tanta mala suerte que no sabría cómo narrarles la desgracia. Nos limitaremos a decir que Insigne, buque insignia de un equipo que enamora a Guardiola, chutó a puerta él solo un mínimo de 12 veces. La Roma llegó la mitad de veces que él.

¿Y desde dónde asistimos a esta noche negra, de puta Juve y interminables insultos al estamento arbitral? Ah, amigos, el mundo es un lugar maravilloso. Tal vez a ustedes el sintagma costa amalfitana les evoque coches descapotables en los felices años 20, bikinis, vermuts, gente elegante y espaciosas playas soleadas. Nada más lejos: la región amalfitana es de escarpadas montañas, nieblas espesísimas, desniveles atroces y un sabor montañés que lo transporta a uno a Asturias; no a l’Empordà.

Amigos de la aventura como somos, asistimos a la catástrofe napolitana en un humilde y pésimamente decorado caserío enclavado en un pequeño pueblo de agricultores. Todos del Nápoles, cuatro adultos curtidos, un chaval imberbe, dudosos parentescos. Sus caras tenían una impronta de ruralidad y sencillez que por algún macabro motivo evocaban las raíces campesinos de los peores mafiosos que ha dado el sur de Italia; fue imposible retener nombre alguno, probablemente porque a la memoria acudía de manera enfermiza un único nombre, el de Totò.

La velada dejó algún gran momento de comedia costumbrista: la temperatura en ese hogar debía rondar los 2ºC y el ritual habitual para ver el calcio en apretujarse en el sofá compartiendo mantita. Pero la llegada de un extraño lo hacía imposible, se produjo un silencioso y brutal combate entre su mediterráneo sentido de la hospitalidad y la terrible idea de rozar a un forastero que exactamente no sabían de dónde había salido. El asunto se solventó mandando al extranjero junto a la chimenea, sin la cual posiblemente no habría vida en el lugar, y evitando cruzar miradas en todo momento.

No acabó aquí el asunto: justo en el minuto dos de partido, apareció la matriarca del lugar con una bandeja cargada de carajillos de fortísimo café ristretto con anís. La aparición de la señora fue un sobresalto; ¿dónde estaba hasta entonces? ¿Dónde se ocultó a continuación? Para mayor sorpresa, la mamma, cualquier edad entre los 40 y los 65 años, reaparecería justo a la media parte, con una puntualidad helvética. En esta ocasión, en la bandeja carreteaba chupitos de whisky. Volaron los chupitos, y se volatilizó la señora de nuevo. Nunca hubo una despedida.

Los rostros adustos de los cuatro napolitanos veteranos contemplaron de manera sombría el alud de goles e infortunio. La derrota les costó un liderato que había hecho más por la autoestima de la región que montones de indicadores macroeconómicos. Pero encajaron el golpe como encajan el sol abrasador, la lluvia y los callos de las manos. Al acabar el partido se levantaron y mi cicerone, Luca, le aseguró al niño que este scudetto será celeste. Fue ahí cuando uno recordó que Nápoles, toda una vida enfrentada al poderío económico del norte de Italia, sigue siendo hoy el pueblo que vivió Pompeya y el pueblo que siguió desde entonces ignorando al volcán asesino que se ve desde casi cualquier punto de la Campania.

En semejante compañía, a uno no se le ocurrió contar que el empate en Las Palmas había sido saludado en otra latitud con el fin de la tregua a Valverde y un importante ataque de pánico. No hubo arrestos tampoco de explicar que ya veíamos al Atleti arrasando el Camp Nou. No los hubo, por respeto y admiración a la gente que mete pelos rizados en vitrinas como homenaje al Dios que existió antes de Dios.

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