Champions

El examen de Dios

15 marzo , 2018

«Tener cuerpo también presenta ventajas maravillosas, simplemente se trata de ventajas que cuestan mucho más de sentir y apreciar a tiempo real. A la manera de ciertas epifanías sensuales culminantes y escasas (“¡Me alegro mucho de tener ojos para poder ver esta salida del sol!”, etcétera), los grandes atletas parecen catalizar nuestra conciencia de los glorioso que es tocar y percibir, movernos por el espacio e interactuar con la materia. Cierto, los grandes atletas son capaces de hacer con sus cuerpos cosas que los demás solo podemos soñar con hacer. Pero se trata de unos sueños importantes, que compensan muchas cosas».

El tenis como experiencia religiosa, David Foster Wallace

La escena se repetía un miércoles sí, otro también. Era el día elegido por ese sádica profesora de inglés para evaluar a los alumnos en un examen oral en que elegía a sus víctimas por azar y les hacía responder en plena clase, ante toda una aterrorizada concurrencia encogida en sus sillas y entregada a oscuras oraciones. Los amuletos, rituales y plegarias se habían sucedido desde el días atrás, la hora señalada en rojo en la agenda, los escasos ánimos reunidos ante el espejo. Pero entonces Aquella Bruja pronunciaba los nombres de los llamados al Patíbulo. Y aquella boca maléfica se abría y emitía unos fonemas:

-Tu puto nombre. Estás muerto.

Uno piensa mucho en el malogrado Foster Wallace y en Aquella Bruja Maligna cuando se asoma al abismo del vértigo, el miedo y la belleza. Más aún cuando la cosa ocurre en miércoles europeo y la primavera ya asoma: un mal día, y eres muerto, chicha. Un poco de Willian, maldito demonio imparable, y otro poco de Hazard, genio hiperactivo, y aún un empujoncito más de ese titán llamado Marcos Alonso, y puta calle: te quedas el resto del año viendo la Champions en el televisor y llorando la pérdida irreparable para Messi.

Pero lo cierto es que anoche había que estar tranquilo. Es doloroso asumirlo -el humillante proceso que para ello se requiere se llama Madurez-, pero lo cierto es que la profesora de inglés ahora somos nosotros. Somos el Pueblo de La Bestia Parda: nos alzamos, repugnantes, barremos con nuestra mirada miope todos los rincones de la clase y decimos lo siguiente:

-Chelsea de mierda.

Y claro, el Chelsea de mierda se pone ante los ojos de Dios, que halla que aquello es un artefacto donde todos andan peleados, donde nadie soporta al entrenador, donde el presidente le busca recambio días antes de la eliminatoria. El Chelsea de mierda no ha estudiado, no sabe nada, vive de sus tres tíos inspirados, de la capacidad atlética de unos y otros, de los rebotes, de la incompetencia generalizada que campa en las Britanias.

Y ante el examen de La Bestia Parda le tiemblan las rodillas, y la caga Christensen, y se diluye esa mentira, esa toxina infame llamada Sex, y no importa cuánto se esfuercen, porque el examen les acaba retratando: son ignorantes, en el fondo se la suda, llevaban meses rezando para que les tocara la Roma. Y la Ley de Messi es inmisericorde en los octavos, en los cuartos. El hombre-dios no es infalible: conoce la derrota. Pero nunca a manos de gente frívola, de equipos rotos. Piensen en aquel Inter, en aquel Chelsea, en el Atlético de Madrid de tantas veces, el Bayern formidable de aquel año, la profesionalísima Juve. Nunca una puta banda nos dejará enterrados en una cuneta.

Así es el examen de Messi. Así es la vida con el Jordan del verde, el hombre que nos reconcilia con los espacios, con nuestra corporeidad, con los sueños y con la vida.

Pero atención, la Malvada Bruja de los Infiernos añade hoy un nuevo nombre a su lista de víctimas. Expectación absoluta, rezos en arameo.

-Cesc Fàbregas.

Y llega el naufragio. Y así, desde la violencia y el rencor, y la justicia y la belleza, el mundo deviene un lugar mejor.

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