El hombre

Los lutos de Messi

26 julio , 2020

Si aplicamos enormes dosis de moderación a la hora de evaluar el desenlace de la hórrida Liga 2019-2020, podremos convenir que exactamente el mismo equipo (con el lastre, además, de Hazard) que un año atrás quedó a 19 puntos ha sido capaz este año de ganarnos a nosotros, que también éramos los mismos (más dos pequeñas inversiones llamadas Griezmann y De Jong).

Será ésta recordada como una Liga muy de mierda, con tres partidos decentes en todo un año (¿Betis, Villarreal y Alavés?) y la temporada queda estrechamente emparentada con otra para olvidar como fue la 2007-2008, en que también había grandes campeones del pasado y se sumaron dos fichajitos llamados Henry y Touré. Aquel año, el niño Ansu se llamaba Bojan y la dejadez y juego de mierda también fueron los grandes protagonistas. Casualidad que el verano precedente, como éste, no se iniciara la limpieza en un vestuario aburguesado y envejecido. Y duele que si en 2019 se dio continuidad a todo el núcleo duro fue en respuesta a un título, no al buen juego o a las sensaciones. Es decir, actuamos como lo haría cualquier Sestao de la vida.

Y en estas lamentaciones estábamos cuando llegó el hostión de Messi a Setién. Tras consumarse la humillación de verse derrotado por un equipo donde Benzema y Casemiro se sienten Pelé y Maradona, La Bestia Parda decidió que era buen momento para afirmar que «desde enero» las cosas se hacen mal. Pero oiga, que con Valverde ya éramos una puta mierda e hicimos 40 puntos en toda una vuelta. Uno comprende que si el tal Sarabia molesta a Dios pague un precio por ello. O que si Messi no cree en Setién, diga esta boca es mía. Pero el entrenador es el último de los problemas del Barça. Vayamos a lo gordo: tiene el Barça el peor presidente del planeta, un iconoclasta, un bárbaro que ha venido a destrozar el Louvre siguiendo las indicaciones de su mentor. Rosell y Bartomeu han perpetrado juntos la mayor demolición de la historia de este club; recordemos, por un momento, lo que era el primer equipo en 2010. Por el camino, las patadas en la espinilla constantes a Guardiola, los fichajes atroces, el permanente insulto a la inteligencia, la sucesión de atropellos. La cosa ha llegado al punto de que Bartomeu ha ejercido de director deportivo desde su monumental desconocimiento y con el paracaídas de que el equipo lo acabaría tapando todo.

Ha habido en la obra de destrucción de Sandromeu un hilo conductor y ése es la futbofobia. Todo se explica desde el rechazo al fútbol. Ni remotamente habrían consentido este sindiós del club (con delitos fiscales incluidos) en sus empresas. Pero para instalar ese estado de dejadez había que devolver el Barça a las elites y para ello antes había que desacralizarlo; para desacralizarlo convenía que la experiencia estética sublime de la era Guardiola y los contados chispazos posteriores pasaran a la historia. Y para lograr ese objetivo había que cargarse la filosofía Cruyff. Y llenar el club de gente de fuera del fútbol, o de dentro, siempre con el prestigio justo e importantes urgencias pecuniarias. Todo por tener un fútbol normal y un club del montón, donde mandan los señoros de siempre. Misión cumplida: en 2009 habríamos preferido la amputación de un brazo a perdernos un partido. Muchos hemos vuelto al teletexto tras el paso de Masferrer por la casa.

Y todo ello con un estilo, el del actual presidente, que sí tiene una marca única de originalidad que merece trascender en el tiempo: su olímpico sudapollismo. En pleno escándalo del Bartogate (el Barça pagando a una empresa para hablar mal de sus mejores futbolistas, oiga, la pura normalidad) cierta persona pudo presenciar asombrada cómo el presidente del Barça comentaba en voz alta aquella crisis: «Es el apocalipsis de la semana, en dos días no se acuerda nadie». Tacatá. Hasta la gente de dentro admite que aquello es un enorme lupanar con mil millones de presupuesto, una deuda desbocada y muy mala pinta en lo económico, cosa que debería traérnosla al pairo. La impresión es que no hay nada que hacer si no viene un milagro que arrase con el nuñismo 3.0, con una directiva que está en el Barça como podría estar en el Ecuestre, el Cercle del Liceu o el Club de Golf El Prat. Y el hombre que ha puesto su sello a este gran monumento a la incompetencia es alguien a quien, créannos, el fútbol le preocupa francamente poco.

Hay un segundo gran problema: Messi parece convencido de la idea de jubilarse rodeado de su guardia de corps (Suárez, Alba, Piqué y Busquets) y ocurre que no hay un entrenador decente en toda Europa que quiera coger ese vestuario si no se ha purgado a parte del núcleo duro. [Oigan, por dar una idea, Alba queda escandalosamente retratado en Roma y Liverpool y en toda esta temporada ha dado 1 (una) asistencia de gol a La Bestia Parda; por dar otra, Suárez tiene las rodillas de Moratalla y si el año pasado le metió cinco chicharros al Madrid, éste no le ha marcado ni a la Banda, ni al Atlético].

No, los mejores entrenadores no quieren entrenar a este Barça porque saben que esa generación se ha ganado mandar y que no tendrán margen. Que Busquets quiere estar arropadito, que Piqué ya vive dentro del área, que Suárez se cree Benjamin Button y no asume ni media suplencia, etc. En ningún caso vamos a ser aquí tan ingenuos de hablar de Valverdes y Setienes. Díganme, ¿acaso ignora eso Messi? ¿Creen que La Bestia no es consciente de que nadie quiere acercarse ni remotamente a ese vestuario? Y aun más: ¿creen que Messi no ve la decadencia de sus viejos compañeros de trinchera?

Contemplado todo, quedan dos interpretaciones posibles del atentado de Messi contra Setién: la legítima furia del número uno contra la incompetencia reinante en un momento de especial rabia de verte superado por una Banda lamentable, o bien que sus palabras fueran un aviso a las alturas del club de cara al próximo año. ¿De qué clase de aviso hablamos? Si un servidor debiera apostar, lo haría a que Messi trabaja en un Last Dance que incluye a Neymar. ¿Arreglaría eso alguno de los desastres del club? No. Son en verdad largos y complejos los lutos de La Bestia, sí. Pero es que Messi lleva ya cinco años pagando el precio de Berlín y se ha resignado a ser feliz en el y campo con su gente.

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