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4 septiembre , 2022

La 2022-23 puede ser la Liga más importante en 35 años: el enfermo desahuciado que Sandromeu dejó en la mesa de la UCI no puede permitirse otro año sin títulos. Será la Liga de la venganza, de volver a ser grandes. Si asistieron ustedes a lo del Pizjuán (Sevilla a voces me llama el Burlador) habrán visto con placer que con Koundé y Raphinha hemos ganado dos generadores de fútbol que el año pasado no existían; de hecho, en una noche como la de ayer, con un Pedri apagado como única brújula, tres meses atrás no habríamos ganado.

Pero el foc nou ha ido cogiendo y ocurre que Eric Garcia puede ser el Piqué que existió antes de que el fútbol fuera su prioridad número 13, que Alba por fin ha dejado de ser imprescindible y  que nuestra delantera, la que circula por el césped y la que aguarda en el banco, ya no da risa, sino miedo. Casualidad o no, con el viento a favor Ter Stegen ha vuelto a la élite y con Lewandowski hemos recuperado un nueve de talla mundial, no sólo por su clarividencia ante el portero, sino porque su primer toque es un salto de nivel imponente respecto al rapidísimo y fugaz Aubameyang.

No es perfecto el equipo, claro que no, imposible viniendo de donde se venía. Las dudas aparecen en los laterales (titánica tarea la de Bellerín tener que competir el puesto a Koundé, a Araujo y a un capitán con un 89% de los barceloneses admitiendo su voluntad de incurrir en coyunda con él) y sobre todo en la media punta: Gavi es un pequeño milagro a sus 18 años recién cumplidos, pero sus mejores virtudes (el robo, los duelos en el contra uno, ese carácter belicoso) encajan más en otras culturas balompédicas que aquí, y seguramente lo ideal sería que mientras crece y se civiliza no fuera él el tercer mejor centrocampista de esta plantilla destinada a un reto histórico.

Pero para ganar la primera Liga desde 2019 -una sequía similar no se veía desde el duro gaspartismo- el principal argumento debe ser el hambre de un equipo que en la aciaga noche de Liverpool se despidió del panteón de los grandes y que desde entonces ha visto a La Banda, con su triste propuesta de feísmo,  contundencia defensiva y contragolpe comienza el año como vigente campeón de todo, líder y rival a batir. Uno piensa que los lunes por la mañana Pedri entrena más fieramente que esa joya llamada Vinicius y que Busquets y Araujo entenderán mejor el momento de necesidad histórica que los saciados Modric y Carvajal.

Y sí, la grandeza del escudo culer y su historia nos empujan a ganar, como la hacen sus destruidas finanzas, pero nada tiene que ser mejor acicate que la voluntad de pasar cuentas con los que aplaudían a Bartomeu, los que reían al ver a Luuk De Jong y Braithewaite de titulares, los que han criticado a Laporta por no aceptar un statu quo en que el Barça es un Milan, un United, una puta mierda. Eso no es para nosotros. Es tiempo de placa-placa, amigos. Es tiempo de una venganza en 38 actos, quedan 35* y créanme, los disfrutaremos con maneras muy alejadas de Wimbledon, con un ojo en la hemeroteca y el otro, amigos, en la pista del Luz de Gas.

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