Clásico

061 en las dunas

14 enero , 2024

Aparten el cuchillo, guarden la soga, aléjense de las vías del tren. Aquí está el 061 del barcelonismo para salvar vidas, para ver el lado bueno del mundo ante este siniestro lunes que se viene. Para ello necesitaremos una serie de actos de fe por su parte. Para empezar: olvidemos la última media hora, sin Pedri sobre el césped, que casi hace que hasta Fermín nos caiga mal. Cojamos la primera hora de partido. Y veamos a un Barça que con dos delanteros que fuera del área son Salinas y Dugarry hemos conseguido generar juega y encerrar a un equipo que, admitámoslo, vive encantado apretadito en su área. Ese Barça mandón y que toca y gana netamente la posesión ha existido, ha llegado y a ratos ha jugado lo suyo. Pero:

Sí, Vinicius. Qué difícil jugar contra un equipo que no tiene vergüenza alguna en parecerse al Burgos, en pegar la pedrada arriba y atracar con tres. Y se han sucedido los uno para uno sin que Koundé y Araujo hayan parecido otra cosa que dos osos pardos que han descubierto un barril de vodka en unos arbustos. Ambos siguen a un nivel indecente para el Barça y alejadísimo del que mostraron el pasado año, como ha venido ocurriendo desde otoño.

Sí, la presión. Cómo cuesta con Lewandowski reencarnado en grúa, con un Pedri convaleciente y un De Jong que convivió cuatro años con Busquets para aprender un total de cero conceptos. Conviene detenerse en Fraudie, el gran causante de los males de este Barça. Si en ataque es un runner enloquecido y primo remoto de Fede Valverde, en defensa es Ronald Koeman. El Ronald Koeman de hoy, se entiende, 60 años le contemplan. Y ustedes, que hoy pensaban seriamente en atentar contra sus vidas o al menos en arrancarse los glóbulos oculares, refrénense y dénse un pequeño placer: piensen en los universos de fútbol que hay entre el ya paralítico Busquets y el vigoréxico tulipán.

Sigamos con la terapia. El fútbol conviene recordarlo, es experiencia estética, es competición y es también una cosa más importante: identidad. Y la identidad del Barça, incluso en noches siniestras como la vista en no sé qué campo de Arabia que jamás pisaremos, está a salvo cuando el equipo trata de jugar y es cazado al contragolpe. Bien lo sabía Cruyff y vaya que si lo sufrió Guardiola: cuando de medio campo para adelante no pasas vergüenza y la voluntad es la que toca pero te crujen por cómo defiende el espacio una defensa calamitosa con un portero incapaz de abandonar la línea de gol, pues a uno le jode, pero en algún rincon del organismo las hélices del ADN emiten cierto zumbido tranquilizador que dice «sí, aquesta merda és el Barça«. Y créanme, en este duro descenso a las profundidades que hemos emprendido desde el adiós de la edad de los colosos, ser el Barça reconforta.

Comprendremos en esta cueva que en noches estaremos muy solos, y que pocos escucharán, también que mañana es Blue Monday. Sabemos también que muchos se preguntan por las formidables drogas que corren por la Caverna. Pero se lo digo seriamente: durante una hora, el Barça ha sido el Barça y ha intentado lo que debe. ¿Es todo maravilloso? No. Una derrota 4-1 contra el Mal duele mucho y es posible que afecte a la fe de un vestuario que ya en octubre y noviembre se marcó dos meses atroces. Y cuando un equipo no tiene fe, cuando los jugadores se susurran en el aeropuerto «este año no haremos nada», es imposible. Cuesta creer que la fe quede intacta en un equipo donde tantos pesos pesados están en duda.

Miren el calendario: quedan siete partidos asumibles antes del retorno de la Champions. El equipo tiene que saber sufrir, crecer y no descolgarse. Y si a la primavera llegamos a tiro de piedra con un equipo que carbura y con Gündo y Pedri en la medular, por qué no.

No se tiren, no. No por una Supercopa, no por un partido en Arabia, y no cuando el Barça parece el Barça.

PD. Permítanme un último apunte. No desprecien el efecto que pueda tener el vestuario las risas, las sonrisas, las palabras, los cuatro deditos levantados y el compendio de humillaciones a que ha sometido Vinicius a todo un vestuario. Creíamos que el punto de inflexión podía ser ganar. Este otro igual es mejor.

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