Los nuestros

Veinteañeros (I): El monaguillo

24 julio , 2016

Pocas veces nos concede el balón que el fútbol de un jugador se refleje con tanta precisión en su careto. Migueli, Vinnie Jones o Puyol alcanzaron ese raro nivel de fiabilidad que Denis Suárez, en el extremo opuesto, también clava. Fino, finísimo, con cambio de ritmo, difícil de parar en el uno contra uno, elegante, generoso y con hechuras de artista. Todo eso es este chaval, uno más de entre los jovenzuelos que está reclutando el Barça para elevar la exigencia y el hambre y presionar a los titulares de un once prácticamente inamovible.

Para medir a este otro Suárez, Sweet Suárez desde ya, tendremos que situarlo en el gigantesco e intimidador espejo de Iniesta. Estamos ante un relevo natural, por posición, condiciones y estilo. El flamante fichaje del Barça es, en muchas cosas, un verdadero clon del Ángel Exterminador. Asiste más de lo que marca (aunque no llega a las sequías bíblicas de Iniesta, ya que ve puerta cada cinco partidos),se maneja con una gelidez apabullante y es uno de esos tíos a los que casi es mejor verles fluir sobre el césped que encarar la portería. De hecho, no se nos ocurre un mejor maestro para perfeccionar un difícil arte en el que ya sobresale: el de la levitación.

Su aspecto aniñado, de pariente remoto de Laudrup, esconde a un depredador del caño, a uno de esos jugadores que no comprende la dificultad y el peligro de intentar esta suerte ante profesionales, con máxima exigencia y audiencias millonarias. Pero no lo puede evitar: caño, tras caño, tras caño asoma una certeza -estamos ante un grandísimo representante de la escuela de los baby faced killers, aunque en su caso resulta fácil verle huir, despavorido, de cualquier cosa más grande que un piojo.

Pero no teman, no se aburran, que no estamos ante un Mesías venido de Wimbledon para enseñarnos a los brutos mortales las bondades de la virtud. Denis Suárez es gallego. Piénsenlo: un gallego que se llama Denis. Imaginen esa infancia. Además, el tío, haciendo bueno su gentilicio de migraciones, naufragios y morriñas, ha estado en ocho equipos distintos en las últimas cinco temporadas. Y tuvo, ole con ole, las santas pelotas de presentarse de esta guisa, barbilampiño como es, y homenajeando a la legión de niños que durante generaciones fueron humillados el día de su primera comunión.

Lo dicho: evoca a Iniesta y Laudrup, se apellida como nuestro primer Balón de Oro, aquel otro gallego de los 50, y como nuestro psychokiller favorito. ¿Qué puede salir mal? Pongan algo de dulce a sus vidas, no se les ocurra abrir las patas y recuerden: la primera comunión era una puta mierda y el fútbol, que todo lo sabe y todo lo puede, nos envía a Denis para compensarnos por aquello.

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