Blanco impoluto

Bisiesto

29 febrero , 2016

Vivimos la Edad de los Prodigios. Habitamos en un enorme engaño, la magnitud del cual sólo puede ser medida con la lupa de la historia. Ya es una década en la cima, disfrutando del mejor fútbol que veremos en la vida y ganando en pocos meses más de lo que se gana en lustros. A los logros del equipo se suma la fascinación de Ronaldinho, Xavi, Iniesta, Busquets o Neymar; y a todo ello se llama una bendición llamada La Bestia Parda que nos ha alargado la existencia.

En este momento en que se acumulan los récords conviene frenar y pensar: el fútbol es un deporte donde el Celta te pilla blandito y te mete 4-1. El fútbol es un juego en que cuando has ganado mucho, el Athletic te endosa un 4-0. Éste es un mundo en que infamias como el Valencia, la Roma o el Espanyol te pueden ganar, donde el Sevilla te pone contra las cuerdas. Y a pesar de todo, acumulas 34 partidos seguidos sin perder. Es un logro sideral, una negación de la ley de la entropía, de la de Murphy, de la ley de la selva y si me apuran, hasta de la de Newton.

A toda esta felicidad ordenada de cabezas de familias responsables que el domingo le llevan flores a sus madres nos ha venido acompañada de nuestras salvajes y embrutecedoras visitas a esa Mansión Playboy del Culé en que se ha convertido el día a día de La Banda. Echemos la vista atrás y gocemos: de personajes cómicos como Luxemburgo o Arbeloa al grotesco y rabioso bronceado de Cristiano. Por el camino han desfilado una docena de entrenadores, unos con cara de seminarista, otros rotundos charlatanes. Recordemos el período, siniestro e inolvidable, del mourinhismo, con las agresiones, el espanto, la vergüenza universal, la sucesión de fracasos.

Todo ello épico y desastroso y con un hilo conductor llamado Florentino Pérez. Pocas figuras pueden ilustrar con tanta precisión la decadencia y la carcoma de un Estado y de un club. Florentino, con su torpeza para el fútbol y su aroma a Honorable Sociedad, explican por sí solos cuanto hemos visto en esta edad inolvidable, en este tiempo que los dioses nos han dado a vivir.

Sin embargo, permítanme una confesión, una intuición y una certeza: el florentinato se ha acabado. Este error histórico toca a su fin. A nuestro equipo pueden quedarle aún cinco años mágicos; la absoluta nada de La Banda ya ve el final del túnel. No me lo tengan en cuenta y no se me enfaden, no es ésta una mala noticia. Al contrario: debería hacernos disfrutar aún más de los estertores de esta Banda que fue parida para reventar los odiómetros. Si la cosa se acaba, gocemos como puercos en una charca, que dijo el poeta.

Al final, es la vida: un día bisiesto se vive sólo una vez cada cuatro años y no es normal vivir instalados en esta lúbrica y formidable mentira.

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